martes, 29 de mayo de 2012

A VIRGILIO


Publio, dice el diccionario de mi lengua y hora
que vos sos un hábil imitador de los griegos,
particularmente de dos: Teócrito y Homero.
Yo te digo, señor de los vocablos, hermano:
Eneas te pertenece como los océanos
a Neptuno, es tuyo ese piadoso troyano,
ese héroe que esculpiste sílaba a sílaba,
palabra por palabra, verso a verso, como Dios,
todo en aquellos lejanos días generosos
y fecundos como la dirección de una noche
fecunda, más, como la rotación de la Tierra.

Estuviste en casa de la asianista de Roma,
en los círculos donde Catulo dominaba,
estudiaste la filosofía de Epicuro
y de Lucrecio, medicina y astronomía,
Publio, vos naciste en elegida y alta tierra,
comiste el mejor pan y bebiste el mejor vino.

Si yo pudiera aproximar mi canto a tu canto,
si yo pudiera reconocer y amar como vos
la inmediata realidad del trigo, sus orígenes,
ver entre las sombras y las rimas de insomnio
como Juno, soberbia, ofrece Deiopea a Eolo,
mientras Nereo, como una fiera enfurecida
se agita, brama y brama, se sacude y golpea.

Hermano mayor, invocador de la palabra,
acepta mi necesidad de dirigirme a vos,
la desordenada urgencia que tengo de hablarte,
de ofrecerte mis sílabas, mi sangre y mi canto.

Entre sublevadas cabalgaduras mayores,
tablas y marineros de Troya a la deriva,
tablas y marineros de Troya a la deriva,

¡ay!

si pudiera robarte el latido de tu verso
para seducción de la palabra y el poema.

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