NO AL SILENCIO (Plaqueta) ELEGIA PARA UNA MUJER AMERICANA
NO AL SILENCIO (Plaqueta)
ELEGIA PARA UNA MUJER AMERICANA
“¡No hay grito más nutricio ni salmo más preciado que ese clamor de hombres y mujeres de mi patria, no hay himno más himno que el canto de mi pueblo!”
Es la canción de la Amante por boca de la Amante.
Es Ella, átomo y ciruela, muchedumbre y primavera.
Hija desheredada de América.
La no reconocida.
La ilegítima.
Nieta de doña Petrona Nuñez y don Joaquín Ibarguren, nacida en Los Toldos, hacia el sur del continente. Todo aconteció de madrugada. Mayo. La comadrona fue Juana, de la tribu del cacique Coliqueo. No hubo corchetes de oro ni cortinas con cincuenta nudos ni mesadas de ónix ni diademas, tampoco hojas de naranjo para la parturienta, ni siquiera un puñado de pétalos para la niña.
¿Cuánto desprecio sufriste?
¿Cuánto desprecio conocieron tu madre y tus hermanas?
¿Cuántos pares de zapatos estrenaste?
¿Cómo eran tu cuaderno y tu goma de borrar?
¿Quién te dio el primer beso alumna enamorada?
Hecha para la revolución y el amor supiste de la noche y la fatiga, hecha para la pareja y para el joven, para el pan, para la agricultura, hecha para Chacabuco y Maipú, para los matacos y la edad feliz, para el Pilcomayo y el Paraná, fuiste hecha para el membrillo, la uva blanca, el maíz, la llanura y el tomate, para el entusiasmo y la alegría, para el trigo y la abundancia.
Fuiste hecha para las cuatro estaciones.
Para la más alta constelación, para la más encumbrada constelación.
Fuiste hecha para Él, que te amó por tu ayer y por tu hoy, por tu aquí y por tu allá, por tu antes y tu ahora, fuiste hecha para el deseo del día y de la noche, para el deseo del más extenso día y de la más extensa noche, para los placeres diurnos y nocturnos, para las más largas caricias, para la seducción y la hora nupcial.
Fuiste hecha para establos y carpinterías, fuiste hecha para todas las cosas: para los cántaros de barro cocido y las cacerolas de aluminio y las agujas de tejer y los utensilios de metal y las herramientas de metal,
fuiste hecha para el azul de alfarería y para la luna con pozos que llegaban hasta tu trenza,
fuiste hecha para las aparadoras las empaquistas los cerrajeros
y los atletas y los rapsodas y las hilanderas
para las casas habitadas para las cosechas y el canto ¡para el más crecido canto!
Sí, es Ella, la Amante, la rosa de Octubre, la odiada, la más odiada
la más desnuda de todas las mujeres
la perseguida más allá de su muerte.
Eva: exiliaron tu cadáver.
“¿Quiénes?”.
Las alimañas de siempre. Los mercaderes del Templo.
Escupieron tu pelo.
Y con el mismo coraje tu corazón y tu pubis.
Así lo decretaron los amanuenses. Y las esposas de los amanuenses del odio.
Profanaron tu silenciosa hermosura, el iris amarillo de tu sexo enmudecido.
Como si patearan a tu madre y a tus hermanas, como si castigaran a tu pueblo: te patearon con zapatos de cabritilla y te castigaron con sus cinturones de víbora y con sus anillos de oro y con sus cadenas de oro y con sus crucifijos de oro y con sus alfileres de oro y sus camisas de oro y sus corbatas de oro
y vos, Eva María, Eva Alfonsina, Eva Azurduy Eva compañera Eva celeste y blanca Eva americana
estabas sola
ferozmente sola
y bella, siempre bella
esplendorosamente hermosa y hermosamente bella
pero indefensa como una lámpara apagada…
Compañeros, más allá de la infamia, regresemos a la canción de la Amante por boca de la Amante:
“¡No hay himno más preciado ni salmo más nutricio que ese clamor de hombres y mujeres de mi patria, no hay canto más canto que el grito de mi pueblo!"
***
“Cuando una sociedad se entrega al servilismo material, cuando su juventud es llevada a una aventura donde el absurdo y la soberbia son los estandartes, la poesía no sólo tiene la misión, tiene el deber, la obligación de reconquistar la fe y la dignidad del hombre”. V. V.
LAS GUARDERÍAS DEL VIENTO
Esta página debe ser escrita Esta historia debe ser contada.
No al silencio y no al olvido.
Los profundos ojos del viento anuncian que hemos vuelto a morir: en los vastos foros de la farsa cancilleres con títulos atómicos, otorgados en el Círculo Noveno, humillaron, una vez más, la razón y la esperanza.
La guerra abrió el vientre de la patria: el reino de la sangre, una vez más, avanza.
La guerra, ese hábito del hombre. Únicamente del hombre.
Edad de jóvenes aniversarios nuestra edad.
Yo he visto lábaros bordados por inocentes tejedoras en las plazas, convertirse en imposibles delantales de luto. Yo he visto, y ustedes también, a mujeres y varones donar su única moneda.
Todos hemos visto.
¿Quiénes son los dueños de esta guerra? ¿Dónde están sus artífices clandestinos? ¿Esta infecunda noche a quién pertenece?
Y Dios, ¿dónde está? ¿O los osarios del sur no son osarios?
Dijimos no al silencio y no al olvido, si Dios es silencio, no al silencio, si Dios es olvido, no al olvido.
Este es el canto de los que partieron a las Islas, esas lejanías omitidas por septiembre. Islas de piedra y mar austral, sin sol ni amaneceres, de piel fría, convocadas por el invierno.
Islas imprudentes y nuestras, donde jóvenes americanos murieron mordiendo agua y barro, así lo decidieron los estultos de afuera y los estultos de adentro: mientras hacían frente a la muerte y al absurdo, los embajadores sumaban sus grandes vocablos a esa voz impostada desde el usurpado balcón.
Estamos hartos de patrones que celebran derrotas como triunfos.
Los que mandan no son dignos. Los que necesitan ser obedecidos no son dignos.
¿Quién responde por los hijos perdidos en aquellas latitudes?
¿Quién?
Esta es la historia de los padres que vieron morir a sus hijos, pero no los pudieron velar, ni siquiera arrojarles un puñado de tierra.
El canto, el canto honrará a aquellos que no regresaron: hijos de sembradoras y hacedores de pan de musiqueros de albañiles de electricistas de ingenieros de la paja y el adobe de expertos en motores a explosión de ordeñadores y ordeñadoras de querandíes y zurcidoras y parturientas de amansadores de yeguas de salvaje estirpe de maestros de tradiciones y leyendas americanas generaciones y generaciones de erudita paciencia y alta sabiduría.
Este canto es para los que marcharon a las Islas, es para la madre de los muertos en las Islas -unen su dolor a las mujeres de blancos pañuelos: madres que giran y giran alrededor de la Pirámide-.
¿Es posible que los hijos muertos sean llorados sólo por sus madres?
¿Es posible?
Hoy, todo canto debe ser en su honor, porque ellos dejaron su infancia entre roquerías y harenes de lobas, entre foqueros y oficiales del terror, junto al general de cristiana fraseología.
En el barro.
Bajo la lluvia.
Con los labios partidos por el frío.
En Islas de horas hercinicas, entre el miedo y el coraje dejaron su infancia.
Bajo aquel cielo de fin del mundo.
Con las manos partidas por el frío.
Entre usurpadores extranjeros y falsos corresponsales de guerra.
En las guarderías del viento.
Sí, lejos, lejos, allá, ellos perdieron su infancia.
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