No sos la rosa de Sarón y nunca lo serás, no sos un hermoso olivo en la llanura ni un plátano junto a las aguas, no estás enferma de amor, nunca lo estarás.
No sos un pétalo de la rosa de Sarón y nunca lo serás.
Las vigas de tu casa no son de cedro, las columnas de tu casa no son de plata, tu lecho no fue construido con maderas del Líbano, los olores de tus sábanas no son olores de Israel.
No sos mi esposa ni mi hermana y nunca lo serás. Jamás derramaré en tu cuerpo frutos del Valle, ni flores de alheñas ni flores de nardos, nada de azafrán, nada de canela, de aloes, de mirra, de especias aromáticas, nada de ungüentos regios, de marfil, de zafiros, de oros, nada que tenga que ver con la ciudad de Ur, sólo derramaré en tu cuerpo semen y saliva, porque estás hecha para el uso y la subasta, para la usura de todos los que te poseen, fuiste concebida para ser frecuentada, fuiste concebida para servir, para la complacencia y los favores y los hábitos y las costumbres, fuiste concebida para la unánime noche.
Cada vez que ofrecés tus dones, qué batalla no da inicio, qué abundancia no da inicio, también vos, en tu actitud de entrega te parecés al mundo, a la razón del mundo, al inicio del mundo, a la abundancia del mundo.
Estás hecha para verte reverberar en las aguas de todos los ríos y de todos los mares, estás hecha para verte reflejada en los espejos de todas las casas, porque sos una yegua más de los carros del Faraón, una vestal más, una hetaira más, una meretriz más, una ramera sagrada, la menos sagrada de todas las rameras.
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