sábado, 29 de noviembre de 2014

LA MUERTE DE PATROCLO

 LA  MUERTE  DE  PATROCLO
 Victorio Veronese

¿Será cierto que Xanto y Balio tenían el don de la palabra? No sólo los hombres mentimos, también los dioses.
 Aquiles y Patroclo jamás estuvieron entre nosotros. Tampoco Héctor. ¿Quién alguna vez escuchó un diálogo entre dos caballos? Nadie  oyó a Xanto decirle a Balio:
-Todavía duermen.-
- No lo despertéis.-le respondió Balio.
Claro que se referían a Patroclo y a Aquiles.
Estos dos muchachos, ¿fueron domadores de caballos? ¿Simples jinetes? ¿Arqueros? ¿Lanceros? ¿Guerreros? ¿Amantes? ¿Cómo eran en la  intimidad de sus tiendas? Y cuando caminaban junto al mar o por los bosques, ¿iban tomados de las manos? ¿Se bañaban desnudos en los ríos ante miradas ajenas o se ocultaban? ¿Convivían con animales salvajes? ¿Subían y bajaban las laderas del Ida con pasos enérgicos o lo hacían morosamente? ¿Y Xanto y Balio marchaban al trote o solían desbocarse por los campos helénicos? No siempre marchaban al trote, no siempre  solían desbocarse.
Dicen que Aquiles se sentaba a la orilla del mar a esperar el nacimiento del alba. Dicen que en esas ocasiones iba vestido con una túnica de lana azul y un cinturón de hilos de plata ceñido a su cintura. A medida que el alba avanzaba las aguas mostraban como la luna reflejada en ellas se convertía en menos luna, iba empalideciendo hasta desaparecer. Entonces allá, lejos,  en el horizonte, Aquiles veía como el día imponía su luz sobre la tierra y sobre él. Allí, ante su inmensa soledad, ¿pensaría en la muerte de Patroclo, en la suya y en la de todos los hombres? ¿Pensaría también en las muertes de Xanto y Balio?
El Rey de los aqueos fue el que desencadenó la desgracia no sólo de Aquiles, de todos aquellos hombres y mujeres que habitaban las tierras y las aguas de Beocia.
Los dioses del Olimpo no sólo observaban desde el Monte Ida las cruentas batallas entre aqueos y troyanos, también tomaban parte en ellas haciendo descender a la tierra a sus servidores camuflados entre esos guerreros  que ofrecían sus vidas ante las encrucijadas que les deparaba el destino. Briseida fue una de esas vidas atrapada en una de esas emboscadas tendida por los dioses.
 La bella esclava Briseida era un trofeo de guerra ganado por Aquiles, y Agamenón se la quitó.
¿Será cierto que Apolo fundó Troya y fue un engranaje decisivo en la escandalosa muerte de Patroclo? ¿Qué muerte no es escandalosa?
Es mentira que en algún momento Aquiles fue preso de una felicidad y que en el aire escuchaba relinchos y gratos rumores, que en definitiva su destino era un destino cruel y feliz a la vez, mentira, lo cierto es que para nada le servían su belleza, su juventud, su supuesta inocencia y su poderosa fuerza. Patroclo estaba muerto y que el sol asomara todas las jornadas en la vasta línea del horizonte carecía de sentido. Ante esta verdad, que era la muerte de Patroclo, aunque no era tiempo de saber que la tierra giraba, si Aquiles hubiese sabido que la tierra giraba, de nada le habría servido, igual hubiera aullado de dolor y su madre acudiría a su lado como acudió más allá de la decisiones tomada por quién sabe quién y por qué, para que el sol ascienda por el horizonte y la tierra gire, sin importarle la muerte de Patroclo ni la suerte de Briseida ni los aullidos de Aquiles.

Llegar a destino, alcanzar el final de nuestras vidas, sólo nos concierne a nosotros, a los hombres y a las mujeres.  

martes, 6 de mayo de 2014

UNGIDA PARA TODOS LOS EXCESOS

UNGIDA  PARA  TODOS  LOS  EXCESOS
a Cecilia

Fuiste ungida para honrar el mar, el grito del mar,
altar de todos los lechos, donde revelás tus encantos:
                            -de diosa-
                            -de reina-
                            -de cortesana-
                            -de concubina-

Tu linaje nace de la espuma del mar,
por eso estás expuesta a todos los excesos,
a todos los gritos de mujeres sobre las aguas,
a los partos que te llevaron hacia Dios.

En tus hombros todo es abismo y el abismo
despeñadero y el despeñadero hondura arrojada a Dios,
son ellos los que anuncian conspiraciones que se multiplican
como los crímenes en las grandes ciudades, son los que vaticinan
la codicia de los amantes por las parcelas de ultramar.

Qué sería de este amor sin tus pequeños pechos,
mínimas caracolas de mirra o de incienso o menta,
especias de un primer día, pequeños frutos de alta elite,
testimonios de todas las ofrendas,
instancias que no huyen ni parten ni desaparecen,
cuando exijo de ellos toda la dulzura
que se oculta detrás de tu salvajería,
como homenaje a todo lo que habita la tierra.

A lo visible que se limita a lo visible, a lo real que se rinde a lo real,
se opone tu cintura que abre las compuertas del canto de los amantes,
para marchar hacia el nacimiento de todos los extravíos convertidos
en excesos que revelan lo invisible como la noche a las estrellas.

También yo recordaré tus piernas más largas aún que mis deseos,
porque también predicen conspiraciones que se multiplican
y multiplican como las violaciones de un asesino serial.

Ungida para todos los placeres, cuando te penetro,
las verdes tempestades de las olas imponen su lenguaje
y hasta las dalias huelen a nardos, a nardos que huyen hacia el mar.

                                               Mi
                                               cuerpo
                                               no
                                               ignora
                                               las
                                               formas
                                               de
                                               tu
                                               cuerpo,
                                               el mar
no ignora las formas de las olas que se alzan hacia el cielo.

En esta hora donde todos conspiran contra nosotros,
tu fragancia de mar protege y ampara
la desnudez de nuestros cuerpos,
portadora de todas las premoniciones de los amantes:
la adulación de un eco sobre tu boca,
la tibia humedad de tus axilas,
la primavera que renace después del invierno,
la fiesta que celebra el curso de las aguas,
los rayo impiadosos que invaden el universo
o la ternura del alba que avanza en la noche
o la hora nupcial que nos une salvajemente
mientras te penetro alucinado en pos
de tus flujos vaginales, de tus altísimos flujos vaginales,
somos implacables en nuestro coto privado,
todo es exaltación cuando nos amamos a campo traviesa,
orgullosos y arrogantes como el verde sobre la tierra. 

  Victorio Veronese
                                                                                           -cerca de 1995-

jueves, 30 de enero de 2014

EPISTOLA A JORGE SMERLING por Victorio Veronese



EPISTOLA A JORGE SMERLING

  
Querido Vate, entre mis papeles tiene que haber uno donde te hablaba… quién de los dos viviría la muerte del otro y aquí estoy yo viviendo tu muerte. Una mierda. La Jelinek dice que la muerte es la apestosa solución de Dios, yo que no creo en Él -a pesar que  siempre pensaste lo contrario- digo que la muerte, es la apestosa solución de la Naturaleza.
Ando revolviendo papeles, libros, las actas judiciales que me dejaste, las cintas grabadas con tu voz, esa voz nacida de algún territorio desconocido habitado sólo por místicos salvajes, los videos que hicimos en mi aguantadero de la calle Saráchaga y los recuerdos, los recuerdos, los que más vienen a mi mente son aquellos que llenan los folios de nuestros prontuarios: el Chino del Bajo Flores, Kelly, la del Abasto, la casa de Fabiana, de Elizabeth, a medias borracha y a medias desnuda, el cuadro robado de Sigfrido Pastor ¡qué mierda le habré firmado!, en  una hoja arrancada a una agenda a ese desconocido a las dos de la tarde en plena calle Esmeralda para que nos diera unos míseros dólares, ¡qué mierda habré firmado en la clínica de Azul!, para que te internen y  conecten con infinitos cables que nada tendrían que envidiarles a los del paciente del hospicio de Rodez, siempre me preguntabas, creo que también me lo preguntaste  último día que nos vimos, la Navidad de 2013, qué hubiese hecho con vos si te hubieras muerto allí, en esa clínica y en esa cama donde estabas todo entubado, siempre te dije que te hubiese dejado allí, me hubiese ido a la mierda, ¡qué mierda se puede hace con un cadáver Jorge! Queda mal, muy mal que te lo eche en cara justamente ahora, cuando ya no estás más conmigo ni con nadie: más allá de las veces que te fallé, cuántas veces fuimos juntos a  las enfermerías de  los hospicios del submundo, en nada se diferenciaban a las de Charleville,  donde suponías que te darían alguna medicina que te calme la angustia existencial, Jorge, si no te la puedo calmar ese Dios en que tanto creías, todo era inútil, todo fue inútil, queda mal, muy mal que te lo eche en cara, pero jamás me negué unir mi prontuario al tuyo, ¡cuántos de los que hoy te lloran con lágrimas de utilería, huyeron de vos!, ¡cómo sus virginales currículums iban a entregar sus hipócritas virtudes a tu sucio prontuario!
Hoy estuve hablando con nuestra compañera de Vuelo solitario, Gala, Perla Patrón, entre lágrimas nos dijimos: que te preferimos drogadicto, judío, puto,  pero no muerto, como sí te prefieren muchos, porque ya no vamos a corromper el aire entrando en sus ascéticos quirófanos, donde leen sus higiénicos poemitas. ¿Te acordás cuando te dijeron que te preferían muerto antes que preso?  Uno puede y debe avergonzarse de un hermano como vos vivo, pero no muerto. Ahora pueden conciliar el sueño, ahora pueden ir por la vida con la cabeza alta. Está claro porque te dije, que estoy viviendo tu muerte, y es una mierda.
Tengo  ante mis ojos tu poema Una piedra debajo de tu cabeza, lo escribiste cuando estabas dirigiendo a médicos y  pacientes en el Lanari, también al personal de seguridad que custodiaba –o creía que custodiaba- pasillos y puertas de accesos, una ingenuidad, un imposible, siendo vos huésped de esa casa.
 Una tarde llegué yo acompañado de esa mujer que me llevó a escribir ese verso que tanto te conmovía: “Desnuda sos como una lámina de oro bajo la luz de una lámpara”, digámoslo de una buena vez: te conmovía porque vos también conociste esa misma lámina de oro desnuda bajo la luz de esa misma lámpara. Aquello fue ¿promiscuidad o incesto? ¡Qué importancia tiene, si fue tan bello!
Los expertos en motores mentales, te informaron mal, entonces no  éramos para vos ella y yo y te escabulliste  en el último subsuelo de ese búnker siniestro.
Los expertos en motores mentales, también les informaron mal sobre ella y yo a dos enfermeros, entonces   prepararon  una habitación vecina a la tuya, para internarme a mí. No había manera de hacerles entender que éramos visitas, que veníamos a verte a vos.  El enfrentamiento con esos dos energúmenos protegidos bajo la merdosa figura de obediencia debida,  dos eunucos diseñados sólo para recibir órdenes,  duró hasta que decidiste salir de tu escondiste y  desarmar esa burda patraña armada vaya a saber por qué imbécil.

Entonces no sólo nos hablaste del protagonista de tu poema, nos llevaste hacia él. Se estaba muriendo. Apenas si cambiamos unas pocas palabras, se fatigaba. Era joven y había sido bello, es cierto cuando decís en el poema: “Es el desmoronamiento de la belleza la verdadera muerte”.
A Olga le dijiste delante de mí, que yo pretendía someter a la belleza, y ella me dijo: “A la belleza no se la somete, con ella hay que amigarse”. A la Sulamita del siglo XXI la hace feliz, como a vos,  esa respuesta de Olga. ¿Pero no es más bello y más justo que yo, desde mi soberbia, someta a la  belleza, y no que el desmoronamiento la convierta en la verdadera muerte?
A pesar de todo, tal vez con la belleza me amigue o ya me amigué, pero jamás me voy amigar con la muerte, esa apestosa solución de la Naturaleza.
¿Y ahora Jorge qué voy hacer sin vos? ¿Resignarme? ¿Darte un lugar en el apestoso rincón de los recuerdos? No me queda otra, pero me siento un pusilánime…

Victorio

martes, 21 de enero de 2014

CADAQUÉS, un poema de Victorio Veronese a la memoria de Jorge Smerling



CADAQUÉS
a la memoria de Jorge Smerling

No es cierto que el pájaro de la piedad cante sin cesar sobre la indiferencia de alguien que duerme.
Cuando el pájaro de la piedad canta nadie duerme.
Tampoco es cierto que la piedra debajo de la cabeza del otrora bello muchacho sea una rosa de los vientos que guía sus manos
ni que el resplandor de pájaros sea brisa que acuna y que se haga canción para el no olvido.
Todo fue engaño, hasta los maravillosos latidos de tu corazón de poeta.
Ya no lucirás tu blanca cabellera bajo ningún pórtico.
 Ya no visitaremos las enfermerías fatigadas por largos y oscuros corredores  ni veremos  arrojar  jeringas en los infinitos basureros  de los meaderos públicos ni oiremos a los caballos de Aquiles relinchar, gemir, llorar,  golpear sus cascos sobre el asfalto de nuestra ciudad.
Ahora que no estás más conmigo ni con nadie, hacia dónde marchara la poesía, ¿hacia la consumación?, ¿hacia el no abismo?, ¿hacia la infancia de un lenguaje sin edad? 
Ahora se hacen presentes aquellos que nunca aproximaron una sola de sus manos enguantadas a las llamas de tu infierno.
Ahora se ofrecen acompañar a Celia para ir en busca junto con vos de  la pierna que Jacobo Fisjman dejó olvidada en una de las paredes del Borda y arrojarán flores al mar para honrar tu Misa por los árboles.
En ninguno de los hospicios que orbitan en las pequeñas y grandes ciudades de nuestro pequeño y vasto universo, vi a uno de ellos junto a tu lecho de agónico suicida.
Ahora todos te nombran y te  invitan a sus festivales y a sus salones de belleza y buenas costumbres
y vos como siempre te mostrás como un animal antisocial
los privas de tu presencia que a ellos tanto los emociona.
¿Qué será de esta bella gente ahora que te fuiste para siempre?
¿Quién se ocupara de sus penas, de sus lágrimas, ahora que los  dejaste para siempre?
Cuando se enteraron de tu muerte, me preguntaron:
“¿Cómo fue, qué pasó?”.
Estaban muy ocupados en sus labores burocráticas, muy ocupados.
¿A vos te parece que les tengo que confirmar lo de la sobre dosis o que estabas cansado, muy cansado de esperar una señal de Dios?
Les diga lo que les diga, ellos decidieron por la sobre dosis.
Yo, por los no milagros, por la ausencia de señales, por la indiferencia de Dios.
Decime: ¿Habrá fiesta hoy en Cadaqués? ¿Qué dirán de nosotros los pescadores de Cadaqués, si no nos conocen?

VICTORIO VERONESE

viernes, 10 de enero de 2014

A FEDERICO



A  FEDERICO

El viento empuja una  manada de bisontes sobre los techos
y arrastra los toros de Guisando hacia las plazas,
en tanto flechas azules devoran un esqueleto de pescado
hasta confundirse con maniquíes electrónicos.

¿Qué saben esos maniquíes de tu muerte?

¿Qué saben del niño que escribe nombre de niña en su almohada?

¿Qué saben de la mariposa dibujada sobre tu párpado de seda?

¿Qué saben de los cuerpos que en soledad se consumen delante de un espejo?

¿Qué saben de la paloma y el leopardo,
de las siestas y los sexos mutilados
en los oscuros corredores del verano?

¿Qué saben de los que eyaculan en las bocas de hembras fraudulentas?

¿Qué saben de los seminaristas que se masturban?

¿Qué saben de los que fueron arrancados de sus casas
y de las casas de sus amigos y fusilados al alba?

¿Qué saben de los mercenarios que tejen de la muerte sus ojos de áspero veneno?

¿Qué saben de los generales traidores?

¿Qué saben de tus asesinos?: hienas de ojos funerarios
                                             hidras venenosas
                                             pólipos de infinitos tentáculos
                                             tumores con vocación de tumba.

¿Qué saben de esas bestias engendradas en los recintos del crimen, por las alimañas del estercolero?

¿Qué saben del chacal que gritó: “¡Viva la muerte!”, con sus vocales de sucia lepra?

NADA

Nada que desacelere la producción  de misiles,
         que desarmonice las nervaduras de las ojivas nucleares,
         que analice el arsénico de los vientres de los sacerdotes,
         que irrite las papilas de los predicadores del Evangelio,
         que sirva para expulsar a los mercaderes del Templo.


Federico esas bestias que sólo beben sangre: ¡Te fusilaron al alba!

Victorio Veronese
-cerca de 1968-