lunes, 30 de abril de 2012

LUISITO




 Le parece que no va poder, que no va a decidirse.
 -¿Cómo te va Juan Carlos?-
 -Bien, bien. ¿Y a usted, doña Emilia?-
 -No me llamés doña Emilia.-
 -Y usted no me llame Juan Carlos.-
 -Juancito.-
 -Emilia.-
 -Emi.-
 La tenía ahí, en pantalones y sacón de piel, sonriéndole. Tenía que animarse, si no le iba a pasar lo de siempre, no poder dormirse, si antes no se masturbaba pensando en ella.
 -… Venga, pase, tengo algo para su hijo.-
 -¿Qué?-
 -Unos libros que le prometí. Pero venga, pase.-
 -Anda a buscarlos, te espero.-
 -Entre…-
 -Te espero.-
 -Voy a creer que me tiene miedo, entre un minuto...-
 -Bueno, pero un segundo, estoy apurada.-
 Entró.
 -¿Está tu mamá?-
 -No, no hay nadie. Bah, nadie no, está Nerón, el perro...-
 -Basta que no me muerda.-
 -Creo que está atado.-
 -¡Ah, creés!-
 “Ya está adentro”, pensó Juan Carlos. El perro movió la cola en señal de saludo. La hizo subir a su cuarto.
 -Qué ordenado tenés todo.-
 -Mi hermana.-
 Juan Carlos temblaba. “¿Y ahora?”. Se abalanzó sobre la mujer.
 -Usted me gusta… Vos me gustás…-
 -Soltame, soltame…-
 Emilia no hace muchos esfuerzos por soltarse. Fue más fácil de lo que Juan Carlos imaginó. Se besaron. Ella le ofreció la lengua, Juancito se la chupó, le chupó los labios, los ojos, las  orejas, ella se aferró más y más a él… y en un momento él sintió el calzoncillo mojado. Abajo, en el patio, Nerón se puso a ladrar.
 Ya desnudos en la cama, Juan Carlos se sentía avergonzado.
 -Te pusiste nervioso, te asustaste.-
 Ella trata de consolarlo, le acaricia el pelo, le besa el hombro, la oreja, la recorre con su lengua, la cubre de saliva, la muerde suavemente, mientras le dice:
 -No es nada, no tiene importancia. Si nos ponemos de acuerdo, la próxima vez no te va a pasar esto, ¿eh? Vas a ver como todo va a salir de maravillas. ¿Sí?-
 -Sí…-
 “Tanto miedo, tanto pensar, para llegar a esto…”
 -Juancito…-
 -¿Qué?-
 - Sos blanquito, muy blanquito.-
 -Sí.-
 -Se te pueden contar las costillas, estás flaco, igual que Luisito, una, dos, tres… Dame un beso.-
 La besa en la boca, pero sin fuerzas, sin deseos, sin ganas. Emilia se arrodilla, le brillan los ojos y tiene hilos de saliva en la comisura de los labios, lenta, lentamente, muy lentamente le acaricia el miembro. Juan Carlos de espaldas, en silencio, inmóvil, confundido, le dejar hacer, ella se inclina hasta alcanzar el miembro con su boca, y comienza a chuparlo suave, suavemente, muy suavemente, sí, él siente las manos, los dedos, los labios, los dientes, la lengua, la saliva, pero igual no tiene fuerzas, no siente deseos, no tiene ganas, y se echa a llorar, entonces ella deja de insistir.
 -No es nada, no te preocupés. Lo que pasa es que estás nervioso. Vas a ver que la próxima vez, cuando nos pongamos de acuerdo, todo va a salir bien.-
 Emilia se levanta y empieza a vestirse.
 -Dónde dejé las medias… Ah, aquí están.-
 En el patio, Nerón vuelve a ladrar.
 -Luisito es puto.-
 Emilia se vuelve y lo mira fijo.
 -Sí, es puto, es marica.-
 -Sos una porquería, lo decís por lo que te pasó a vos, sos un pendejo de mierda.-
 -No, es puto. Yo me lo cojí.-
 De repente se vio tomado de los pelos, abofeteado, arañado.
 -Repetí, repetilo… ¿qué decís de mi hijo? ¡Qué decís! ¿Qué es qué?-
 -¡Puto! ¡Qué es puto!-
 Luchan. Luchan. Él tiene gusto a sangre en su boca, ella le clavó las uñas en los labios. Él la empuja sobre la cama, le arranca las pocas ropas que  logró ponerse y se arroja sobre ella, ella se defiende, se defiende hasta que siente el sexo duro de Juancito y deja de defenderse. Ahora ella también, como él, es ganada por el deseo, el deseo del goce, del placer, del bien. Juancito le chupa los pezones, se los muerde, le muerde las tetas, le echa la cabeza hacia atrás tirándole el pelo y la penetra, se mueve y la penetra, ella no sólo abre más sus piernas, también se mueve, gira con él, disfruta con él, él encima de ella, ella encima de él, giran sobre las sábanas, sobre la almohada, él la insulta, le dice:
 -¡Puta! ¡Puta!-
 Y la penetra y la penetra, y la sacude y la sacude, y ella le dice:
 -¡Sí, así, así! ¡Así! ¡Seguí, seguí!-
 -¿Le gusta? Perdoname, ¿te gusta? Claro que te gusta, si sos muy puta,
muy puta, en este momento no te importa que Luisito sea puto…-
 -¡Seguí, seguí…!
 -Luisito es puto, putooo…-
 -¡Sos un pendejo de mierda!, pero es  verdad, en este momento no me importa lo que me  decís, quiero que me cojas.-
 -Es puto, puto…-
 -Cojeme, seguí cojiendome, sacudime, sacudime…-
 Allá afuera, en el patio, Nerón sigue ladrando.

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