domingo, 3 de diciembre de 2017

jueves, 12 de octubre de 2017

CANTO PARA UNA MUJER AMERICANA


No voy a escribir un canto de guerra ni de amor.
Voy a escribir tu canto de guerra y tu canto de amor.
Que es el canto de guerra y el canto de amor de nuestra América.
Esta América negada, pateada, pisoteada, humillada
por los modistos de la muerte, esos eternos parientes de la nada.

No voy a escribir un canto de guerra ni de amor.
Voy a escribir el canto de guerra y de amor de Manuela Sáenz,
la que abrazó con sus piernas el cuerpo del Capitán
y anidó entre ellas su imperioso fuego,
esas piernas que él acarició con sus manos y sus besos,
como acarició y besó sus senos y su pelo
y sus caderas redondas de pan ecuatoriano.
Yo tampoco sé quién la está besando y acariciando ahora.
Tampoco sé quién está besando y acariciando a nuestra Eva.

A vos Compañera de esta hora te proclamo:
¡Heredera de esas dos mujeres americanas!

A vos también te castigan con cinturones de víbora
y diarios de víbora y pantallas de víbora y radios de víbora.

No soportan que amen tu voz, las formas de tu voz, la silueta de tu voz,
y yo amo tu voz y las formas de tu voz y la silueta de tu voz.

No soportan que el pueblo ame tu cabellera derramada sobre tus hombros,
tus piernas que abrazaron el cuerpo del heredero del Capitán,
él fue el único que le dijo no a ese cuadro con el rostro de la Muerte
y prefirió inmolar su vida antes de arriar una sola de sus banderas
y  hoy que nuestra victoria agita sus banderas,
las altas cumbres se nutren de llanuras y  marchan hacia el mar,
igual a navíos que codician tu belleza.

Si volviera te besaría con mil besos de bosques que navegan.

Qué poesía que te recibe no se regala de alabanza, de elogio.
Qué poesía que te recibe no alza su canto hacia el cielo.

El corazón de Manuela y el corazón de Eva, laten en tu corazón.

Compañera, los de siempre, te odian con el mismo odio que odiaron a Eva.
Su odio es inútil, nunca las alcanzará el olvido.

Decís que a El Calafate hay que conocerlo verde y blanco,
decís que a las rosas de tu casa las cuidan tus manos,
pero no decís que sus pétalos exigen que las cuiden tus manos.

Un horizonte de picos nevados.
Una bruma ligera se desprende del hielo.
La bruma ligera explota contra los rayos del sol.
El Calafate es verde.


Compañera, sólo los corazones que aman ofenden a la muerte,
por eso espero que estos versos lleguen a tu corazón
como una primavera de amor y poderío a pesar del infortunio.

Como se ve en el mar la noche estrellada sobre las aguas,
veo en vos, coronada de flores, la victoria de nuestra América.

Vos también fuiste concebida
para el azul de alfarería
y para las aparadoras
y las empaquistas
y las hilanderas
y para las casas habitadas
y para el canto,
¡para el más crecido canto!
                                   ¡Cristina Manuela
                                   Cristina Eva
                                   Cristina celeste y blanca

                                   Cristina americana!

lunes, 7 de agosto de 2017

RECOMENDADO

RECOMENDADO
        a la memoria de Arnoldo Ellerman

         Me llamo Henoch y mi hermano Abel. No tengo buena salud, a ello se debe que permanezca casi enclaustrado en esta vieja casona de Morón o de Haedo, en mi familia nunca se ponen de acuerdo, aunque para el municipio no hay dudas, pertenecemos a Morón, lo cual no impide que el tema se debata largamente en los cumpleaños o en cualquier ocasión que nos convoque a reunirnos.
         Nací un veinticinco de agosto, aquí, en la casona. Mi abuela materna quería que todos naciéramos en la misma habitación que nació mi madre, y aquí nacieron el tío Arnoldo, mis hermanas, Aclima y Lebuda, y por supuesto Abel. Yo soy el mayor, tengo mala salud, perdón esto ya lo dije.
         Fui descubriendo el mundo dentro de los salones de la casona, algunos con enormes frescos que me impresionaban y aún me impresionan, como esa copia “Il vecchio e la giovene”, del Veronese. ¿Serán David y Abisag? Posiblemente. Sobre la pared que da a las vías del ferrocarril Sarmiento, cuelgan extraños tapices donde conviven imágenes sagradas con otras paganas, a veces me agradan, generalmente les temo, como a los bajorrelieves del frente de la casona, como a los leones de mármol cipolino del jardín, jamás me acostumbraré a ellos, a nada de lo que hay en la casona, ni a la vitrina con los trofeos ganados por papá y Abel, ni a la estatuilla de Moreau que tanto le agrada a mi hermano, a él le gusta toda la casona, y lo que hay en ella.
         Abel tiene buena salud. Crecimos juntos y somos tan distintos. Él es alegre, inteligente, humilde, y tiene los ojos claros como tío Arnoldo.
    Acostumbro a pasar las tardes, qué digo, las mañanas y las noches también -las noches sobre todo, las largas noches de insomnio-, en la biblioteca, como ahora, que estoy refugiado ante mi Staunton, o leyendo algunos textos que me apasionan, como la Biblia, por ejemplo. Hace horas que estoy sentado frente al tablero: 
          Es un problema de Ellerman, un mate en dos. Seguramente el maestro lo habrá compuesto durante algunas de sus estadías en su isla del Tigre o allí le dio forma definitiva o no, tal vez en el Tigre, comenzó a componer esta sinfonía donde alfiles y peones acuerdan con torres y demás figuras, para sorprender al monarca negro.
         Siempre me atrajo el arte de componer problemas de ajedrez (como al autor de Lolita), pero apenas si alcance a dominar algunos elementos de la técnica para resolverlos, no tengo capacidad para crearlos, a pesar de haber leído mucho sobre ello: line opening, cross-check, half-pin y tantos otros temas. Abel no sólo domina la técnica para resolverlos, también  el arte de la composición. Una vez tío Arnoldo vino con un viejo problemista yugoeslavo… No recuerdo el nombre. Decía que en su juventud había sido amigo de Reti. Le pregunté cuál era el secreto para componer problemas, me dijo que no había ninguno, que la clave residía en que apenas se me ocurriese una idea, debía trabajar sobre ella, a mí jamás se me ocurrió una idea, a Abel sí, muchas.
         Aunque me pase el resto de mi vida  sentado ante esta posición no voy a pedirle al tío Arnoldo que me lo resuelva, y menos a Abel, antes prefiero morirme sin encontrar la solución. Aunque el tío Arnoldo no nos visita más desde aquel día en que me regaló… No. No diré nada. Juré no decir nada. Nunca. Jamás.
         Fue hace años, un veinticinco de agosto. Estaban todos reunidos en la sala de los trofeos, donde Abel los fascinaba, como siempre, con su conversación, yo estaba aquí, solo, como ahora, pero en vez de tener ante mí estas figuras de ébano y boj, armoniosamente dispuestas por el talento del maestro Ellerman, tenía entre mis manos, ante mis ojos (que son castaños, no claros como los de Abel), el regalo de tío Arnoldo. Grite. Grite. Vinieron todos, hasta la abuela. Todos preguntaban, querían saber: mamá quería saber, papá, mis hermanas, y por supuesto, Abel, pero no dije nada, y no diré nada. Mamá me llevó a mi cuarto, allí se le llenaron los ojos de lágrimas como a mí. Papá nunca más preguntó. Abel tampoco. Desde ese día tío Arnoldo no volvió más, hace años ya, pero yo sé y mamá también, que todos visitan a tío Arnoldo en su isla del Tigre.

         -¿Qué estás haciendo?-
        
         Abel entró de repente y me sorprendió en mis pensamientos. Hice un movimiento brusco en el sillón.

         -Qué, ¿te asusté?-
         -Sí, estaba… Estoy con esto…-le dije señalando el tablero.
         -¿Y?-
         -Y nada.-
         -¿No lo podes resolver?-
         -No. No puedo.-
         -Dejame ver.-
        
         Acercó una silla y se sentó ante mí frente al tablero, apoyó los codos en la mesa y con las manos se tomó la cara, y en silencio se puso analizar la posición. Yo también, en silencio, me recosté en el sillón y me puse a estudiar a Abel, que en ese preciso instante pensaba cómo dar caza al rey negro. Pero no de cualquier manera. No buscaba un mate grosero. Abel, en este preciso instante, busca dar jaque mate de la manera más bella, conjugando cada una de las piezas que tiene sobre esa escaquera de sesenta y cuatro casillas (treinta y dos blancas, y treinta y dos negras), donde cada una de las figuras: alfiles, caballos, torres, damas, reyes y peones, cumplen, por lo menos, una función clara, precisa, y Abel lo sabe, Abel sabe todo, por eso busca armonizarlas,  para que la solución estalle como un resplandor en el bosque, en la oscuridad del bosque, y deje ver toda la belleza restallante, desnuda.

         -Me parece que ya está.-me lo dijo con alegría, pero con humildad.

         Sentí como mi corazón latía más aceleradamente. Levantó la vista del tablero y mirándome con sus ojos claros me dijo:

         -Caballo e2.-
      
        De golpe las orejas se me pusieron calientes y las manos frías, traspiradas. Baje la vista hacia el tablero, mientras él, con su mano derecha (también tiene bellas manos), tomó el caballo de la casilla d4 y lo traslado a la casilla e2.

         -Se amenaza mate con la dama en d4.-me dice.

         En este momento, en este preciso instante, hay sentimientos encontrados que nacen en mi corazón y en mi mente y en mi sangre, lastima, pena,  desprecio, y también, por qué no decirlo, admiración,  respeto, y también,  por qué no confesarlo, odio.
         Tomo la torre de c5 y la llevo a d5.
         Abel piensa, qué digo, no piensa, con una rapidez sorprendente, juega el caballo a la casilla c3, dándome jaque mate. Y así con esa rapidez, con su  brillante inteligencia va refutando cada una de mis jugadas.
         En este vertiginoso instante, en esta secuencia de vertiginosos instantes, mientras Abel refuta uno a uno todos mis movimientos, pienso en el regalo de tío Arnoldo, y me juro matarlo.
         Mi corazón se desacelera, pero mis manos siguen traspiradas.
         Tal vez el Demonio acuda en mi auxilio, en forma de hombre, con un cuervo en la mano.

         Nota: el problema del maestro Arnoldo Ellerman, que ilustra el presente texto, fue “Recomendado” por The Western Morning and Daily Gazette, de Inglaterra.

LAS PIEDRAS

  
LAS PIEDRAS

a Roger Caillois-Homenaje a un enemigo

No es cierto que una piedra que se asemeja a un haba impida a los perros ladrar y que las piedras del Monte Micenas nos protegen de toda visión monstruosa.
Tampoco es verdad que hay piedras cuyo nombre ignoro que protegen a las vírgenes de toda violación.
No creo en nada de lo que cuentan Tesifón y Aristóbulo.
No creo a Heráclides cuando sostiene que en el Monte Ida, donde aqueos y troyanos practicaban dantescas carnicerías, hubiera piedras que se hacen visibles mientras se celebran los conclaves de césares y de dioses.
Afirmar que los betilos son piedras arrojadas desde el cielo envueltas en un círculo de fuego y que en Ahaia (¿está próxima a Thesalia, donde Apolo mató a la Pitón?), en Arcadia, en Beocia (¡oh Píndaro!) y en Siria se les rinde culto, es como afirmar: todo eso tiene que ver con  Roger Caillois porque fue invitado por Victoria Ocampo a conocer nuestras pampas y que todo lo que acontece  tiene relaciones quién sabe con qué arcanos, venidos de otras galaxias.
Si el Infinito no tiene ni principio ni fin, ¿cómo se puede hablar del principio del caos?
Hablar de las mallas quebradizas del cobre extraído del lago de Michigan y encabalgarlo a algo que jamás estuvo vivo y vestirlo, pretenciosamente, con un sudario ligero y a la vez suntuoso es una pretensión estéril.
¿Si no es de las entrañas del surrealismo, cómo alguien puede referirse a los jaspes como objetos de demencia y esquizofrenia?
Si no es desde las entrañas de la poesía, cómo se puede escribir:
 “Un universo de  volutas, de ramajes, de majares,  de pleuras,  donde emergen rostros despellejados, junto con un abanico de músculos en carne viva en la cavidades de los huesos”
Senos cortados al ras, pezones inflados, cuerpos crucificados por corrientes que los paraliza o no, mientras se enumeran utensilios como:
husos, bobinas, lanzaderas, agujas, hilos de coser, trompos, muñecas talladas en ébano, en boj, muñecas rubias, muñecas negras, escaques donde los alfiles se deslizan por las diagonales sin desprenderse de sus bonetes de tres pompones o sus mitras de obispos, todo reducido a una tela pintada dentro de una jaula colmada de suspiros traídos desde otro universo donde Caissa decide sobre una sábana mojada que luce una órbita de pestañas azules tatuadas en los hombros de vírgenes enamoradas de Safo, a la que le envían epístolas de amor robadas de un banquete celebrado en un crucero que navega entre las  islas del Egeo.
La septaria nada tiene que ver con una estalactita, pero sí con un blíster del tamaño de los de cafiaspirina y nos recuerdan corolas donde la nostalgia se empapa de migrañas que se convierten en tabiques que inundan nuestras fosas nasales donde los obenques se transforman en imprescindibles diagramas voluptuosos e inquietos, pero carecen de entusiasmos igual que un espiral en una celda vacía.
Claro que se puede decir en una página impar que la imagen de un ágata es abstracta y en una par que es un dibujo de una perfecta sencillez y compararlas con pájaros que vuelan en círculos adheridos a los vientos alisios, vientos que ofrecen sus nervaduras a los rayos del sol, como una vana historia de ágatas en pena.
Me olvidé de comentar que una piedra septaria pude ser de color beige, marrón o amarillo.
Las ágatas están vinculadas a los látigos de los torturadores. También a las tejas verdes y a la piel de las serpientes. Dicen que los Borgias eran afectos a las ágatas. A veces ondas azuladas las atraviesan como  sismógrafos enloquecidos.
Los minerales como los peces y las flores primero pierden el color, después las formas, entonces nos quitamos los guantes y los zapatos y los arrojamos  lejos, junto a hojas de papel de arroz heredadas de la dinastía Ming.
Qué pensaría Victoria de todo esto al ver reflejado su bello cuerpo desnudo  en los espejos de las habitaciones donde celebraba las ceremonias más íntimas con Roger.
 ¿Qué es eso de desviar la mirada cuando estamos frente a una piedra de silicato de magnesio y el azar decidió que esa piedra se convierta en una pipa de espuma de mar para ser llevada al lienzo por Magritte?  
¿Cómo puede ser que haya columnas y agujas imaginarias, si estamos en territorio ferozmente poético? En el continente poético nada es imaginario, nada es virtual.
Afirmar que las piedras no tienen independencia ni sensibilidad ofende a Erato y a Euterpe. Querido Roger estos tratamientos tan bellamente sutiles fueron los que te enfrentaron con Bretón y Eluard hasta extenuar la vida de partículas rebeldes manipuladas por ávidos  industriales y financistas condenados a la usura y a la avaricia.
El esplendor del ágata visita los círculos consumidos por los marsupiales que descienden de los cobres cuando se confunden con los vicios amarillos igual a mínimos cristales cómplices de las aguamarinas que se suceden sin abrazarse al coleóptero que sigue su derrotero gris sin volver la mirada atrás.
La che-tche es carnosa, es coral, es blanca, es negra al barniz,  es transparente y brillante. Tiene forma de hongo. Está adosada a piedras más grandes o a rocas más pequeñas. Aparenta a algo vivo, tiene cabeza, cola y cuatro o más extremidades y vive alejada de viandas de tres o cuatro pulgadas.
Decís que  en las tiendas de Pekín y las grandes ciudades de China y de Japón pueden comprarse piedras con diseños elegantes,  colocadas en nichos fabricados a medida. Roger: ¡cuánto fraude traducidos en vituallas!
Roger,  hoy, en las tiendas de quincallería de San Telmo hay piedras que ocultan su verdadero nombre detrás de mascaras que laten en el trajinar de los transeúntes: mujeres y hombres que desfilan luciendo sus tatuajes a paso de tango por los adoquines o sentados en las terrazas de los bares, ayer eran pulperías, por donde anduvo Gabino Ezeiza con su guitarra, sus versos y sin tatuajes, a no ser, un navajazo cruzándole la mejilla.
Tou Wan descendiente del poeta Tu Fu, en su Catálogo, describe los minerales más buscados y sus lugares de origen.   
Si el ágata mexicana después de ser pulida por el tiempo adopta la forma de un hacha que se alarga bruscamente como un falo y asume una terca voluntad de vivir y  si la nada del cielo se llama vacío y la de las montañas caverna y la del hombre retirada, entonces, Roger, ¿de qué lado de la vida está nuestro canto?


VICTORIO VERONESE

miércoles, 3 de mayo de 2017

aparicion en el bosque de los trebejos


APARICIÓN EN EL BOSQUE DE LOS TREBEJOS



           La leyenda cuenta que fue, precisamente, en el Bosque de los Trebejos; llamado así porque solían reunirse en él distintos grupos de aficionados y maestros a jugar al ajedrez. Pero esa mañana, al costado de un largo sendero del denso bosque, sólo se hallaban dos jóvenes sentados en un viejo tronco, jugando una partida de ajedrez.
Era media mañana y los rayos de sol se filtraban a través de las hojas de los altos árboles, dándoles una luminosidad muy particular a los dos jugadores. Más que dos seres reales, parecían dos seres pintados, en un paisaje que también parecía pintado. Tal vez la hora, tal vez el aire, tal vez el aroma de las flores, el vuelo de los pájaros, hacía que todo pareciese encantado.
Los jugadores, sin hablar, movían, cada uno a su turno, las piezas. El canto de los pájaros no los perturbaba, porque no agredía ese silencio necesario para concentrarse en los infinitos laberintos del milenario juego. El canto de los pájaros no agredía ese silencio, era parte del silencio de ese majestuoso bosque.
Allá, al fondo, casi al final del camino, alguien avanza hacia ellos. Los jóvenes, compenetrados en el juego, no advierten esa figura ágil, flotante, liviana como el aire, vestida con un largo traje de tul de dos colores: uno claro y otro oscuro (uno blanco y otro negro).
¿Quién es? ¿Quién era? ¿Quién será? ¿Qué hace en el Bosque de los Trebejos? ¿Es un ser real? ¿Un hada? ¿Acaso una visión?
Continúa avanzando hacia los jugadores. Ellos siguen concentrados, en busca de la mejor jugada, en cada posición. Ella, la figura real o imaginaria, hacia ellos camina...
Camina es una manera de decir, porque más que caminar, con sus bellos pies descalzos parece flotar, no pisar el suelo de tierra color ladrillo. Parece alada, suspendida a centímetros del suelo.
¿Quién es? ¿Quién será?
Joven, bella, elegante, trajeada con sus tules, con su largo cabello que le cae hasta la cintura adornado con flores, con la mirada atenta, la sonrisa leve, suave, delicada, misteriosa.
Ya está, pocos metros la separan de los jugadores, unos pocos pasos más de esos pies alados, venidos quién sabe de qué confines, de qué territorios desconocidos.
Llegó. Se detuvo. Dejó de flotar. De volar. Pero igual parecía que no apoyaba sus bellos pies desnudos en el suelo; estaba detenida, como suspendida en el aire. Fue precisamente en ese momento, que los dos jugadores alzaron al mismo tiempo sus cabezas en dirección a esa figura y, sorprendidos y embelesados, exclamaron, también al mismo tiempo:
-         ¿Quién eres? – le preguntó Anselmo, el primer jugador, el que conducía las piezas blancas.
-         ¿Quién sos? – le preguntó Dieguito, el segundo jugador, el que conducía las piezas negras.
-         Caissa – dijo ella con una voz transparente y firme.
-         ¡¡La diosa del ajedrez!! – dijo Anselmo.
-         La misma – contestó ella con el mismo tono que había pronunciado su nombre.
-         Eres bellísima – dijo Anselmo.
-         Sos bellísima – dijo Dieguito.
-         Gracias – les dijo ella.
-         ¿Sabes que eres una de las deidades más misteriosas? – preguntó Anselmo.
-         Lo sé – contestó la joven diosa con orgullo
-         ¿Es infinito el ajedrez? – volvió a preguntar Anselmo.
-         Casi infinito – respondió ella.
-         Entonces algún día se conocerán todas las movidas, todas las posibilidades de tu fascinante juego – dijo Anselmo.
-         Seguramente; pero eso no le quitará fascinación – le dijo ella con una sonrisa segura.
-         La computadora – dijo Dieguito.
Ella se quedó mirándolo en silencio. Después de unos segundos, Dieguito le preguntó:
-         ¿Sabés de lo que hablo?
-         Claro que lo sé – le dijo ella
-         ¿Y no tenés miedo?
-         ¿Por qué tendría que tener miedo? – le dijo ella.
-         La computadora – insistió Anselmo.
-         ¿Y qué tiene; qué tiene de fascinante? ¿Qué tiene de fascinante un automóvil, un tren, un avión, en ganarle a correr a un hombre? Nada. Es lo que corresponde. No veo fascinación en ello; veo una lógica. Que, si ustedes me permiten, diría que es primitiva. La fuerza bruta vence...
-         La computadora no es una fuerza bruta – le interrumpe Dieguito.
-         No dije que la computadora sea fuerza bruta...
-         ¡Cómo que no dijiste! – dijo Dieguito alzando la voz.
-         ¡Claro! – intervino Anselmo apoyando a Dieguito.
-         No se apresuren; déjenme explicarles – dijo ella con tono calmo.
-         Te escuchamos – dijo Anselmo.
-         Ustedes están jugando una partida de ajedrez, ¿no? – preguntó ella.
-         Sí.
-         Sí.
-         Aquí están el tablero y las piezas, ¿cierto? – volvió a preguntar ella con tono calmo.
-         Sí.
-         Sí.
Ella ahora, dirigiéndose a Anselmo, le preguntó:
-        ¿Tú permitirías que él, tu adversario – lo señaló con un leve movimiento de su cabeza- consultara un libro mientras juega contigo?
-        ¡Nunca! – respondió con rapidez Anselmo.
-        ¿Por qué? – le preguntó la Diosa; esta vez había en su sonrisa una pequeña, pequeñísima ironía.
-        Sería ilegal. Sería como hacer trampas.
-        Sabía que me ibas a decir esto – le dijo ella, triunfante.
-        ¿No tengo razón? – se defendió Anselmo.
-        Claro que tienes razón. ¿Dónde estaría el mérito de tu rival, si te ganara consultando libros de ajedrez? – le dijo la Diosa, y se quedó esperando una respuesta.
-        Casi no habría mérito... o no habría ningún mérito – contestó Anselmo.
-        Pues entonces, ¿en dónde está el mérito de la computadora, que te gana a ti o a tu rival, o a quien sea, teniendo un archivo donde consultar cuál es la mejor jugada, en las distintas posiciones? ¿Acaso no nos damos cuenta que esta tecnología, de alguna manera, nos hace trampas? La computadora, claro que sirve. Y mucho. Muchísimo. Para todo aquel que quiera estudiar, investigar, y así avanzar y descubrir los secretos de mi fascinante juego. Pero es absurdo pretender que un hombre le gane a la computadora. Nadie pretende que un hombre corra a pie contra un Fórmula Uno y le gane. Nadie. Entonces, por qué sostener y alimentar ese deseo perverso: que un hombre venza a la computadora. Bienvenidos sean los programas Deep Blue, Deep Junior, Genius, Fritz. Bienvenidas sean todas las mentes electrónicas... pero como cerebros electrónicos, no para competir con el hombre; para servir al hombre. Perdónenme que los haya interrumpido. No se hace. Pero tenía deseos, y no sólo deseos, tenía una necesidad profunda de tener esta charla con ustedes. Ahora los dejo; debo irme. Continúen jugando el más fascinante de los juegos, haciendo maravillosos cálculos matemáticos, y descubriendo y creando las más bellas y fantásticas figuras geométricas. ¡Suerte; buena suerte!

          Y con estas palabras, la diosa Caissa desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
Los dos jóvenes jugadores, sorprendidos por esta aparición, quedaron fascinados, y fascinados volvieron a jugar al más fascinante de los juegos.


lunes, 27 de febrero de 2017



LEONARDO  FAVIO

Aferrado inútilmente a su bastón,
Leonardo Favio se está muriendo.

Muchos virarán, una vez más, al cáncer.

Leonardo Favio es peronista y los peronistas
nos tenemos que morir de cáncer,
es la muerte que eligieron para nosotros
los gorilas de todos los pelajes,
los que leen La Nación y los que no leen La Nación.

¿Cómo alguien que hizo el Romance del Aniceto
y la Francisca, puede ser peronista?
Es justo que un peronista muera de cáncer,
pero no es lógico que haga
el Romance del Aniceto y la Francisca,
para eso hay que poseer virtudes
que los peronistas no poseemos.

Debe haber un error
o Favio miente y no es peronista,
o los gorilas se equivocan cuando se consideran
 sensibles-inteligentes-sutiles-
capaces de belleza-de poesía-,
pero Favio insiste, ahora quiere filmar
un ballet con el Romance,
pero los gorilas nunca se equivocan:
un peronista  tiene que morir de cáncer.
¡Pero Favio insiste! Quiere hacer un ballet con el Romance.

 Pero los gorilas nunca se equivocan,
menos en nuestra Patria,
hace doscientos años que no se equivocan.

En su departamento del barrio judío de Once,
se está muriendo Leonardo Favio,
aferrado inútilmente a su bastón.

Victorio Veronese

lunes, 23 de enero de 2017

Antonin

A  ANTONIN A  ARTAUD

Antonin:
El único vino virtuoso es el flujo vaginal.
No me interesa oír al cielo murmurar sobre sus cristales, ni poner una sombra ante nadie ni le tengo miedo a ningún saber terrible.
Qué significa eso de los nudos (¿en el alma?) y ¿que alguien esté más cerca de mí que mi madre?
 No me desnudo ante nadie, menos de una Vidente y mucho menos si es bella y tiene ojos azules y vive en una habitación pobre ataviada con trapos de infinitos colores,  rodeada de amuletos, de huesos de animales y de humanos, que pueden ir de simples falanges a manos y pies con sus cinco dedos, tibias, fémures, perones, calaveras de mujeres huarpes, algún esqueleto de lechuza, muñecas diseñadas por hábiles manos de mujeres nacidas en un continente fabuloso, vos las viste danzar bajo las visiones desordenadas por el elixir de las hojas de peyote en una tierra estupenda, maravillosa, mágica, que no es tu fatigada Europa, no, no me desnudo ante ninguna Vidente, y menos ante la tuya, sólo me desnudo ante mí.
Heliogábalo, ese pornógrafo nacido en Siria, siempre dispuesto en destruir al otro, no era un seguidor de ningún dios solar.
 No existe un ojo vertiginoso que me recorra sin término como al Generalísimo entre las llamas de su infierno.
Tú presencia en el Napoleón de Gance, tu rostro en La Pasión de Juana, de Dreyer, no te hacen dueño de ningún oráculo, simplemente porque Dios no existe.
Justamente porque Dios no existe el nazi Latrémoliére se asumió como Dios y te sometió a más de cincuenta electroshocks en el campo de concentración de Rodez.
Racedo dice que la locura es un ángulo partido, un miedo triangular que escapa del último de los sueños cuando amanece, quien te dice Antonin, que no tenga razón, y la locura sea una ventana abierta al vértigo… Ella también conoció y sufrió a un discípulo de Latrémoliére.
Todo porque Él no existe. Por eso aullabas y golpeabas tu rostro y tu cuerpo sobre el escenario.
Smerling también agredió a su cuerpo porque su alma fue abandonada  por Dios.
¿De qué felicidad hablas? ¿Cómo te atreves afirmar que hay un juez absolutamente puro?
Lo terrible no está en las espaldas de nadie, nos espera en lo más avanzado del camino.
No hay discordia armoniosa porque nunca hubo armonía. Nadie nos puede anunciar la nivelación de nuestras vidas, porque a nadie le interesa nuestras vidas, eso lo viviste en plenitud en el campo de Rodez.
Querido Antonin, lo única certeza de nuestra carne es la muerte. Nadie entra sin traquetear en ella.
Entre Allen y vos me quedo con Allen. Él se fue con la vecina negra cuando lo fue a buscar para que intercediera ante los hijos de puta de siempre para que no desalojaran a cientos de negras y negros de sus humildes casas, y paralizó la filmación del documental que el puro equipo ario estaba realizando sobre él. No puso ante el drama que vivía la vecina negra, los egoístas fantasmas que habitaban su espíritu. No enarboló su angustia existencial, que seguramente lo atormentaba como a nosotros, no, priorizó la realidad, la angustia de la realidad que padecía la vecina negra sobre su angustia existencial.
Qué es eso que las potencias espirituales son el único caso de exaltación del mundo. ¿Y las potencias de la carne?
Decís que la vida es buena porque una Vidente está ante nosotros, la vida no es buena, la vida es, está, simplemente está.
Ningún opio es bueno.
En la vida nada es puro, aunque reconozco que tu locura fue pura, pero tu locura no fue de este mundo, por eso te amo.
No hay razón que explique nuestro desembarco en la tierra. Ninguna.
Más allá de lo que hiciste real o virtualmente con tu criadita querida, lo que viste en un rincón de tu cuarto no era un inmenso tablero de damas y los reflejos que caían sobre él no eran de una multitud de lámparas invisibles. Los cuerpos no tropezaban porque no tenían cabezas, hay cuerpos con cabezas que viven tropezando.
Puede ser que el caballo fuese de madera y la reina de morfina y que el amor pertenezca a un siglo venidero, pero no eran las manos de Hoffman que empujaban los trebejos, tampoco eran trebejos, era una manada de bisontes empujados por el viento, eran los toros de Guisando que llenaban las plazas echando humo por sus fauces. Los bisontes y los toros jamás te dijeron: No la busques por ahí. En el cielo nadie ve ángeles ni flechas azules devorando esqueletos de pescados.
Como todo poeta Gérard de Nerval te mentía: Tenga en cuenta que no está soñando. Tampoco era cierto que la criadita fuese su mujer, la criadita no era mujer de nadie.
¿Por qué le dedicaste CARTA A LA VIDENTE a Bretón? ¿Nada te anticipó tu bella Vidente de ojos azules? ¿Y sus poderes de adivinación? A vos también te digo: “¡Cuánto fraude traducidos en vituallas!”
Nadie conoce de antemano su muerte y si la conociéramos de nada nos serviría.
Tus ojos deseaban explorar las corrientes que gimen dentro de las piedras, era por la ausencia del buen Dios.
No te creo cuando decís que entraste en la Casa de la Vidente sin miedo, sin terror, sin curiosidad. Tampoco es verdad que un alma infectada de dolor,  no haga sufrir. Mentís cuando declamas qué estás liberado de toda miseria y que poco te importan que se abran ante vos las puertas y ventanas más terribles.
Si es cierto que había otra cosa, esa cosa no era un equilibrio venidero, vos lo sabías bien, tu suerte como la mía, ya estaba echada. Como la de todos. Hasta la de aquellos que aún no desembarcaron.
Ninguna posible eternidad nos redimirá por haber traicionado y por haber sido traicionado. Como todos fuiste engañado por esos ojos azules, que decía conocer tu pasado y te anunciaba el porvenir. Nada te resultaba dudoso en esa videncia anormal, porque en definitiva lo que buscabas era ser engañado, para tranquilizar tu espíritu, y por qué no, tu cuerpo, tu carne.
Es verdad, esa Señora participaba en la vida igual que nosotros, rodeada por sus muebles como nosotros lo estamos por los nuestros, ella estaba hecha de las necesidades corporales que la ubicaban en el Espacio y en el Tiempo. Nadie está fuera del Espacio y del Tiempo. Te recuerdo que Espacio y Tiempo son hijos de un mismo parto. Son gemelos. Nacieron de una misma placenta.
A vos te parecía que la Señora era demasiado bella, demasiado ligera, demasiado leve, que podía flotar en el Espacio, pero no era así,  más adelante reconoces que era bella como cualquiera de esas mujeres cuyos  espasmos, nos elevan hacia un umbral corporal.
Querido Antonin, ni en unos ojos azules, ni en un alma, ni en el rostro visible de la luna, ni sobre una escaquera de damas, podemos leer el porvenir, saber en qué escalinatas nos asesinaran como a César.
Sí Antonin, vivimos en la rareza.
En fin… Escuchemos a Smerling cantar:
VIVO EN LA RAREZA
me pregunto
¿por qué todo es tan raro ahora?
siento que el universo duerme en la rareza
y el mundo cae al mundo como una piedra al cielo
¡ay Señor!
yo también caigo en ese vago sueño
donde tientan los espejismos y las mutaciones
y de pronto
me aturden las alarmas de otra luz
que me incorpora
y recuesta sobre las voces y las músicas
y el milagroso dormirme
                            cuando llega otra vez
                                                 sin redes
                                                 la mañana
y nada despierta para avisarme
que sean movido las cosas
                                                 del sin lugar
y apenas es un apenas:
el corazón             la taquicardia
ver los telares de la muerte sonando y sonando
en sus escasos movimientos
y es tan raro          Señor
                                                todavía
                             aún y todavía
y cuando solamente el mundo sobre mis ojos azules pasando
 como un libre cometa desterrado hacia el peligro
                             ¡y es tan raro
                                                 Señor
                             seguir vivo de este modo!


a Josefina