LAS PIEDRAS
a Roger
Caillois-Homenaje a un enemigo
No es cierto que una piedra que se
asemeja a un haba impida a los perros ladrar y que las piedras del Monte
Micenas nos protegen de toda visión monstruosa.
Tampoco es verdad que hay piedras
cuyo nombre ignoro que protegen a las vírgenes de toda violación.
No creo en nada de lo que cuentan
Tesifón y Aristóbulo.
No creo a Heráclides cuando sostiene
que en el Monte Ida, donde aqueos y troyanos practicaban dantescas carnicerías,
hubiera piedras que se hacen visibles mientras se celebran los conclaves de
césares y de dioses.
Afirmar que los betilos son piedras
arrojadas desde el cielo envueltas en un círculo de fuego y que en Ahaia (¿está
próxima a Thesalia, donde Apolo mató a la Pitón?), en Arcadia, en Beocia (¡oh
Píndaro!) y en Siria se les rinde culto, es como afirmar: todo eso tiene que
ver con Roger Caillois porque fue
invitado por Victoria Ocampo a conocer nuestras pampas y que todo lo que acontece
tiene relaciones quién sabe con qué
arcanos, venidos de otras galaxias.
Si el Infinito no tiene ni principio
ni fin, ¿cómo se puede hablar del principio del caos?
Hablar de las mallas quebradizas del
cobre extraído del lago de Michigan y encabalgarlo a algo que jamás estuvo vivo
y vestirlo, pretenciosamente, con un sudario ligero y a la vez suntuoso es una
pretensión estéril.
¿Si no es de las entrañas del
surrealismo, cómo alguien puede referirse a los jaspes como objetos de demencia
y esquizofrenia?
Si no es desde las entrañas de la
poesía, cómo se puede escribir:
“Un universo de volutas, de ramajes, de majares, de pleuras, donde emergen rostros despellejados, junto con
un abanico de músculos en carne viva en la cavidades de los huesos”
Senos cortados al ras, pezones
inflados, cuerpos crucificados por corrientes que los paraliza o no, mientras
se enumeran utensilios como:
husos, bobinas, lanzaderas, agujas,
hilos de coser, trompos, muñecas talladas en ébano, en boj, muñecas rubias,
muñecas negras, escaques donde los alfiles se deslizan por las diagonales sin
desprenderse de sus bonetes de tres pompones o sus mitras de obispos, todo
reducido a una tela pintada dentro de una jaula colmada de suspiros traídos
desde otro universo donde Caissa decide sobre una sábana mojada que luce una
órbita de pestañas azules tatuadas en los hombros de vírgenes enamoradas de
Safo, a la que le envían epístolas de amor robadas de un banquete celebrado en
un crucero que navega entre las islas
del Egeo.
La septaria nada tiene que ver con
una estalactita, pero sí con un blíster del tamaño de los de cafiaspirina y nos
recuerdan corolas donde la nostalgia se empapa de migrañas que se convierten en
tabiques que inundan nuestras fosas nasales donde los obenques se transforman
en imprescindibles diagramas voluptuosos e inquietos, pero carecen de
entusiasmos igual que un espiral en una celda vacía.
Claro que se puede decir en una
página impar que la imagen de un ágata es abstracta y en una par que es un dibujo
de una perfecta sencillez y compararlas con pájaros que vuelan en círculos adheridos
a los vientos alisios, vientos que ofrecen sus nervaduras a los rayos del sol,
como una vana historia de ágatas en pena.
Me olvidé de comentar que una piedra
septaria pude ser de color beige, marrón o amarillo.
Las ágatas están vinculadas a los
látigos de los torturadores. También a las tejas verdes y a la piel de las
serpientes. Dicen que los Borgias eran afectos a las ágatas. A veces ondas
azuladas las atraviesan como sismógrafos
enloquecidos.
Los minerales como los peces y las
flores primero pierden el color, después las formas, entonces nos quitamos los
guantes y los zapatos y los arrojamos
lejos, junto a hojas de papel de arroz heredadas de la dinastía Ming.
Qué pensaría Victoria de todo esto al
ver reflejado su bello cuerpo desnudo en
los espejos de las habitaciones donde celebraba las ceremonias más íntimas con
Roger.
¿Qué es eso de desviar la mirada cuando
estamos frente a una piedra de silicato de magnesio y el azar decidió que esa
piedra se convierta en una pipa de espuma de mar para ser llevada al lienzo por
Magritte?
¿Cómo puede ser que haya columnas y
agujas imaginarias, si estamos en territorio ferozmente poético? En el
continente poético nada es imaginario, nada es virtual.
Afirmar que las piedras no tienen
independencia ni sensibilidad ofende a Erato y a Euterpe. Querido Roger estos
tratamientos tan bellamente sutiles fueron los que te enfrentaron con Bretón y
Eluard hasta extenuar la vida de partículas rebeldes manipuladas por ávidos industriales y financistas condenados a la
usura y a la avaricia.
El esplendor del ágata visita los
círculos consumidos por los marsupiales que descienden de los cobres cuando se
confunden con los vicios amarillos igual a mínimos cristales cómplices de las
aguamarinas que se suceden sin abrazarse al coleóptero que sigue su derrotero
gris sin volver la mirada atrás.
La che-tche es carnosa, es coral, es
blanca, es negra al barniz, es
transparente y brillante. Tiene forma de hongo. Está adosada a piedras más
grandes o a rocas más pequeñas. Aparenta a algo vivo, tiene cabeza, cola y
cuatro o más extremidades y vive alejada de viandas de tres o cuatro pulgadas.
Decís que en las tiendas de Pekín y las grandes ciudades
de China y de Japón pueden comprarse piedras con diseños elegantes, colocadas en nichos fabricados a medida. Roger:
¡cuánto fraude traducidos en vituallas!
Roger, hoy, en las tiendas de quincallería de San
Telmo hay piedras que ocultan su verdadero nombre detrás de mascaras que laten
en el trajinar de los transeúntes: mujeres y hombres que desfilan luciendo sus
tatuajes a paso de tango por los adoquines o sentados en las terrazas de los
bares, ayer eran pulperías, por donde anduvo Gabino Ezeiza con su guitarra, sus
versos y sin tatuajes, a no ser, un navajazo cruzándole la mejilla.
Tou Wan descendiente del poeta Tu Fu,
en su Catálogo, describe los minerales más buscados y sus lugares de origen.
Si el ágata mexicana después de ser
pulida por el tiempo adopta la forma de un hacha que se alarga bruscamente como
un falo y asume una terca voluntad de vivir y si la nada del cielo se llama vacío y la de
las montañas caverna y la del hombre retirada, entonces, Roger, ¿de qué lado de
la vida está nuestro canto?
VICTORIO VERONESE
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