martes, 17 de marzo de 2015

LA PROFESORA DE LITERATURA



         Salió de la escuela. Caminó hasta la parada del colectivo, su puso en la fila y vio a la profesora de literatura dos lugares más adelante, que le sonreía, él, tímidamente, le devolvió la sonrisa.
         Ya en el colectivo ella le dijo:
         -Saqué también tu boleto, Andrés.-
         El chico con sus monedas en la mano se puso colorado. Sintió que todas las miradas de los demás pasajeros se dirigían a él, en realidad, no eran tan así.
         La profesora se sentó junto a una ventanilla y colocó su cartera en el asiento de al lado para reservárselo.
         Él seguía con las monedas en la mano, sin saber qué hacer.
         -Vení, sentate.-le dijo ella.
         El chico confundido le dijo:
         -Tome.-tratando de darle las monedas.
         -Por favor, Andrés. Guardalas y sentate.-le dijo ella amablemente.
         Él guardó las monedas y se sentó. No puedo articular siquiera: “Gracias”.
         -¿Cómo te fue hoy?-
         -Bien.-le dijo el chico, sin mirarla.
         -¿Nada más que bien?-
         -Sí.-contesto él, tratado de evitar la mirada de ella, que si bien no la veía, la sentía sobre él.
         Ella, tal vez cínica, o por qué no, maternal, disfrutaba con el nerviosismo del chico. Ella reconocía que, desde hace un tiempo, Andrés está presente en sus pensamientos. Puede estar en la cocina sirviéndose un café, sentada en el sillón del living fumando, o en la cama tratando de conciliar el sueño, y la imagen de Andrés apareciendo y persiguiéndola insistentemente. A veces imagina planes para aproximársele y avanzar más allá de esos sueños, de esas escenas que su mente, impulsada por sus deseos, dibuja, inventa, crea. Muchas veces se sorprendió acariciándose los pechos, las piernas, el vientre, introduciéndose dedos en la vagina, mientras sueña a Andrés junto a ella, sobre ella, debajo de ella, dentro de ella.
         -¿Qué tuviste hoy?-
         -Matemáticas, historia, inglés y computación.-le contestó él mientras ordenaba o hacia que ordenaba sus libros y sus carpetas.
         -¿Estuviste leyendo algo de lo que les di?-
         -Sí.-contestó, sin dejar de manipular sus cosas.
         -Mirá que pasado mañana les voy a tomar.-
         -Estuve leyendo Rayuela.-le respondió, ahora, alzando la cabeza y mirándola.
         -¿Qué te parece?-
         -Rebuena.-esto lo dijo admirativamente.
         -¿Leíste mucho?-
         -Hasta la página cincuenta.-
         -La verdad no es mucho.-le dijo ella, pero no en tono de profesora que amonesta a su alumno, sino de complicidad.
         -La compu, profesora, me copa. Pero, en serio, lo que leí me pareció rebueno.-le dijo con entusiasmo.
         -¿Y de lo que leíste qué te acordás?
         -… No sé, muchas cosas…-
         Viendo que el chico se quedó en silencio, ella le dijo:
         -Decime qué te llamó la atención, o te conmovió.-
         Él permaneció callado unos instantes y después dijo:
         -… Por ejemplo, en el primer capítulo -ahora no evita la mirada de ella-, cuando Oliveira habla de la Maga… Hay una cosa…-y nuevamente se queda en silencio.
         -¿Qué?-le pregunta ella mirándolo a los ojos e instándolo hablar.
         Él sosteniéndole la mirada le dice:
         -“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.-
         Ella esboza una sonrisa antes de preguntarle:
         -¿Por qué te interesa ese pensamiento, esa reflexión?-
         -No sé, no sé.-le dice él, ahora, nuevamente evitando la mirada de ella, y fijando la suya, sin proponérselo, en la máquina de los boletos.
         -Algo hizo que te detengas en esa frase, que le prestaras atención. ¿Qué puede ser?-le dijo ella, observando, con satisfacción, como el chico volvía a ponerse nervioso.
         -No lo sé… Me quedó…-le dijo, dejando de mirar la máquina de boletos y volviendo a ordenar o hacer que ordena sus carpetas y sus libros.
         Ella, acechando cada movimiento del chico, le dice:
         -Tenemos que bajarnos.-
         -¡Yo no!-le dijo él sorprendido, y mirándola agregó:-Yo me bajo en la otra parada.
         Ella tenía en el rostro dibujada una nueva sonrisa y él se enfrentó con esa nueva sonrisa.
         -Bajemos juntos, así seguimos hablando de Rayuela.-le propuso ella.
         Él se sintió como paralizado, pensó que no iba a poder levantarse del asiento.
         Ella repitió:
         -Así seguimos hablando de Rayuela.-
         El chico hizo un gran esfuerzo para levantarse e ir hacia la puerta, pidiendo:
         -Permiso, permiso.-
         Bajaron. A él se le cayó un libro que quedó sobre el cordón de la vereda, se agachó para levantarlo ante la mirada atenta de ella, cuando alzó la cabeza se enfrentó con esa mirada. Ella le dijo:
         -Vamos. Tenemos que caminar una cuadra nada más.-
         El chico se puso a caminar a su lado.
         -Así que no sabés, por qué te quedó esa frase. Te quedó.-esto ella se lo dijo sin sonreír, pero mirándolo.
         Él haciendo un movimiento con su cabeza, agitando su largo y lacio pelo rubio, le dijo:
         -Me quedó.-pero no se animó a mirarla.
         Ella le preguntó qué pensaba de París, de Oliveira, y más precisamente de la Maga, él se defendió diciendo:
         -Tendría que leer más, para darme cuenta, y decir cómo es.-
         Ella se detiene en la puerta de un edificio de altos, él la imita. Ella abre la cartera y saca las llaves. Él le dice:
         -Bueno, nos vemos.-
         -Qué, ¿vamos a interrumpir esta charla? Está interesante, ¿no te parece?-
         -Sí, pero…-
         -Pero merendemos juntos.-lo interrumpió ella, y agregó:-¿O tenés algún compromiso?-
         -… No… Sí… Pero…-balbuceo el chico, que sentía en su estomago un calambre o cosa parecida.
         Ella introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Volviendo la cabeza hacia el chico, le dijo:
         -No te quedes ahí parado, entrá.-
         Él no sabía si salir corriendo, quedarse parado, o entrar.
         Ella insistió:
         -Vamos, entrá.-
         Le dijo esas dos palabras muy dulcemente, tal vez fue ese tono lo que lo decidió a entrar. En el ascensor, Andrés, al ver su imagen en el espejo, no sabía si arreglarse la corbata, el cuello de la camisa, el saco, o volver a manipular sus libros y sus carpetas.  En tanto ella, lo miraba mirarse en el espejo. Cuando el ascensor se detuvo en el cuarto piso, le dijo:
         -Llegamos.-
         Antes de entrar en el departamento  se oían los ladridos, apenas entraron el animal empezó a saltar de alegría, a correr a lo largo del living.
         -Bueno, calmate Canela, calmate.-le decía ella, mientras dejaba su cartera sobre el dressoir.
         Él, en el medio del living, parado, sin saber qué actitud tomar, observaba como la profesora apoyaba la cartera sobre el dressoir y el ir y venir enloquecido de la perra. Ella le dijo:
         -Dejá tus libros por ahí, y ponete cómodo. Quitate el saco y la corbata. Vos no sabés cómo odio las corbatas. No, no me mires así. Odio las corbatas. Nunca supe cuál es su función. Dicen que da un toque de elegancia.-
         Y acercándosele lo ayudó a quitarse el saco y la corbata. Esto a él lo puso más nervioso de lo que estaba, pero igual se dejó ayudar. También fue ella quien colgó ambas cosas en el perchero. Volviéndose hacia él, le dijo:
         -¿Qué querés? Té, café, leche, tostadas, manteca, mermelada, sanwiches de jamón y queso. Decime.-
         -Parecés mi mamá.-le dijo él con una sonrisa que no ocultaba su nerviosismo.
         Ante las palabras del chico todo el cuerpo de ella estalló en una carcajada, y le dijo:
         -Te perdono que me hayas comparado con tu mamá, porque es la primera vez que me tratás de vos. ¿Te diste cuenta?-
         Él se puso colorado. Ella le dijo:
         -No tenés por qué avergonzarte. Me gusta que me trates de vos, todos tus compañeros lo hacen.-
         -… Sí, pero a mí me cuesta.-
         -¿Por qué?-le dijo ella en tono seductor y acercándosele.
         -… No sé… -le dijo él, con una voz apenas audible.
         -Será porque te gusto.-le dijo ella en el mismo tono seductor.
         Él sentía los pies como clavados en el piso, los brazos atados al cuerpo, ese cuerpo que había soñado con ese otro cuerpo de mujer que ahora estaba frente a él, no sólo en actitud de entrega, también con gesto desafiante. Ella pronunció  su nombre:
         -Andrés.-
         Él seguía inmóvil, como petrificado, incapaz de realizar un mínimo movimiento, incapaz, siquiera, de expresar un monosílabo. Ella avanzó hasta rodearlo con sus brazos, y le dijo:        
         -Besame. Besame.-

         Canela, excitada, iba del slip rojo de Andrés tirado en el suelo, al sutien amarillo de su dueña que colgaba del respaldo de un sillón, del vestido blanco con rombos azules a la pequeña bombacha amarilla, de la camisa de Andrés hecha un boyo junto a los zapatos y las medias y demás trofeos desparramados al azar. Canela reconocía en cada una de las pertenencias de su dueña su perfume, su aroma, sus olores, en tanto en las de Andrés descubría perfumes, aromas, olores nuevos. Canela entraba y salía del dormitorio con la misma inquietud que pasaba revista a cada uno de esos objetos indefensos, abandonados a su suerte, por el arrebato, la vehemencia, la avidez de dos cuerpos que se desean.

         Están de espaldas sobre la cama, tomados de la mano. Ella le pregunta, cariñosamente:
         -¿Te pasó el susto?-
         -No sé.-
         -¿Cómo que no sabés?-
         -… Sí, no sé… -
         Ella giró su cuerpo hacia él, y vio el perfil de ese rostro adolescente, los largos cabellos rubios desordenados sobre la almohada, la mirada fija en el cielorraso o en el vacío, o tal vez en el recuerdo de alguna imagen recientemente vivida. Ella, siempre en tono cariñoso, le preguntó:
         -¿Cuándo hacés el amor con Mirta, también te ponés así?-
         -Pero Mirta tiene mi edad.-
         Ella no pudo evitar reírse ante la sincera e inocente respuesta del chico, y le dijo:
         -Antes me comparaste con tu mamá, y ahora me decís que soy una vieja.-
         -No, no sos vieja pero…-se apresuró a decir, pero se interrumpió, y se quedó en silencio.
         Ella esperó antes de preguntarle, con la ternura del momento:
         -¿Pero qué?-
         -… Que no sos vieja, pero Mirta tiene mi edad y es diferente-y dejando de mirar el cielorraso o el vacío, mirándola a ella, le pregunta-¿Y vos cómo sabés que hago el amor con Mirta?-
         -¿De veras querés saberlo?-
         -Sí.-
         -Porque soy como tu mamá.-
         -¿Qué querés decir?-
         -Los años. La edad.-
         Él volvió apoyar su cabeza en la almohada y a fijar la mirada en el vacío o  en el cielorraso. Ella siguió mirando ese perfil y esos pelos rubios desparramados sobre la almohada, los miró unos instantes, y luego muy lentamente, comenzó a deslizar su mirada por el cuello, los hombros, el pecho, el vientre, el sexo, las piernas, los pies, todo era de una armonía, de una cadencia, de un ritmo, que no sólo pedía admiración, exigía celebración.
         Primero le besó el cuello suavemente, después se lo mordió suavemente, y también, suavemente le mordió  el hombro. Lenta y salvaje y tierna, fue recorriendo con sus labios, su lengua, sus dientes, su saliva, sus manos, ese cuerpo de niño temeroso y a la vez triunfador, ese cuerpo que tantas veces la perseguía en la vigilia como en el sueño, ese cuerpo tantas veces deseado, acariciado en las infinitas imágenes que se sucedían en su mente, mientras echaba agua a las plantas, ordenaba el placard, o preparaba un baño de inmersión, ahora lo tenía ahí, sobre su lecho, desnudo, totalmente desnudo, como una revelación o una gracia, y su boca y sus manos acariciaban ese sexo de niño que tantas veces había besado, acariciado, introducido en su boca, en esas vigilias en que la imagen de Andrés la perseguía constantemente, estando sola en esta misma cama.
         Él recibía la tibieza de los labios besándole el cuello, la dureza de los dientes mordiéndole suavemente el hombro, las destrezas en acariciar cada una de las zonas de su cuerpo con esas manos que días atrás en la escuela, mientras estaba conversando con Mirta, le acarició la cabeza, y le dijo: “¡Qué lindo tenés el pelo, Andrés!”, ahora, sentía como su sexo iba creciendo al ritmo de esas caricias lentas, salvajes y tiernas.
         Ella tomó de la mesita de luz un nuevo preservativo, y una vez más con sus dientes rompió el pequeño sobre, quitó el preservativo y se lo colocó a ese miembro erecto que tanto deseaba y que tanto la deseaba, y le dijo:
         -Ahora te muevas. Dejame hacer a mí.-
         Andrés obedeció. Ella con movimientos morosos y precisos quedó sobre él. Su sexo fue en busca de ese otro sexo rígido, duro, joven,  su sexo, dichosamente lubricado hacia que ese trozo de carne erecta la penetrara lenta, lentamente, y lentamente apoyándose en sus rodillas y en sus brazos, hacía que ese sexo rígido, duro, joven, dejara de penetrarla, pero no del todo, trataba y lo lograba,  mantener los labios vaginales acariciándolo, sintiendo su rigidez y su tibieza. 
         -¿Te gusta?-le preguntó ella.
         -Totalmente.-
         -¿Cómo es totalmente?-
         -No sé. Totalmente.-
         -¿Qué vas a decir en tu casa?-
         -Nada.-
         -Pero te van a preguntar, por qué llegás tarde.-
         -Seguro.-
         -¿Te das cuenta que nos metimos en un gran kilombo?-le dijo ella con una inmensa sonrisa.
         -Sí. También me doy cuenta que el tuyo es más grande que el mío.-le dijo él, pero sin sonrisa.
         -Otra vez me estás diciendo vieja.-
         -Si se arma podés quedarte sin trabajo.
         -¿Entonces pensás que no vale la pena lo que estamos haciendo?-
         -Sí que vale, y mucho. ¡O todo!-
         -Claro, vale todo.-esto ella se lo dijo como en un susurro.
         -Muchas veces me hice la paja pensando en vos.-le confiesa él.
         -Yo también me la hice muchas veces pensando en vos.-le confiesa ella.
         -Tenés unas tetas muy lindas.-
         -¿Nada más que las tetas?-
         -Todo.-
         -¿Y entonces?-
         -Entonces, sos una flor de yegua.-
         -Me gusta que me digas yegua. Escuchame Andrés.-
         -¿Qué?-
         -Vamos a acabar juntos, ¿sabés?-
         -Sí.-
         -¿Te gusta metérmela?-
         -Sí.-
         -Y a mí me gusta que me la metas.-
         -A mí gustó mucho cuando me la chupaste.-
         -Y a mí me gustó chupártela. Tenés una linda pija.-
         Ella con sus movimientos había logrado el ritmo exacto, preciso, necesario para que el placer dominase a esos cuerpos que habían empezado a descubrirse, a revelarse el uno al otro.
         -Mabel.-
         -¿Qué?-
         -Repetí pija, pija.-
         -Pija, pija, pija…-    
                        


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