Salió de la escuela. Caminó hasta la
parada del colectivo, su puso en la fila y vio a la profesora de literatura dos
lugares más adelante, que le sonreía, él, tímidamente, le devolvió la sonrisa.
Ya
en el colectivo ella le dijo:
-Saqué
también tu boleto, Andrés.-
El
chico con sus monedas en la mano se puso colorado. Sintió que todas las miradas
de los demás pasajeros se dirigían a él, en realidad, no eran tan así.
La
profesora se sentó junto a una ventanilla y colocó su cartera en el asiento de
al lado para reservárselo.
Él
seguía con las monedas en la mano, sin saber qué hacer.
-Vení,
sentate.-le dijo ella.
El
chico confundido le dijo:
-Tome.-tratando
de darle las monedas.
-Por
favor, Andrés. Guardalas y sentate.-le dijo ella amablemente.
Él
guardó las monedas y se sentó. No puedo articular siquiera: “Gracias”.
-¿Cómo
te fue hoy?-
-Bien.-le
dijo el chico, sin mirarla.
-¿Nada
más que bien?-
-Sí.-contesto
él, tratado de evitar la mirada de ella, que si bien no la veía, la sentía
sobre él.
Ella,
tal vez cínica, o por qué no, maternal, disfrutaba con el nerviosismo del
chico. Ella reconocía que, desde hace un tiempo, Andrés está presente en sus
pensamientos. Puede estar en la cocina sirviéndose un café, sentada en el
sillón del living fumando, o en la cama tratando de conciliar el sueño, y la
imagen de Andrés apareciendo y persiguiéndola insistentemente. A veces imagina
planes para aproximársele y avanzar más allá de esos sueños, de esas escenas
que su mente, impulsada por sus deseos, dibuja, inventa, crea. Muchas veces se
sorprendió acariciándose los pechos, las piernas, el vientre, introduciéndose
dedos en la vagina, mientras sueña a Andrés junto a ella, sobre ella, debajo de
ella, dentro de ella.
-¿Qué
tuviste hoy?-
-Matemáticas,
historia, inglés y computación.-le contestó él mientras ordenaba o hacia que
ordenaba sus libros y sus carpetas.
-¿Estuviste
leyendo algo de lo que les di?-
-Sí.-contestó,
sin dejar de manipular sus cosas.
-Mirá
que pasado mañana les voy a tomar.-
-Estuve
leyendo Rayuela.-le respondió, ahora, alzando la cabeza y mirándola.
-¿Qué
te parece?-
-Rebuena.-esto
lo dijo admirativamente.
-¿Leíste
mucho?-
-Hasta
la página cincuenta.-
-La
verdad no es mucho.-le dijo ella, pero no en tono de profesora que amonesta a
su alumno, sino de complicidad.
-La
compu, profesora, me copa. Pero, en serio, lo que leí me pareció rebueno.-le
dijo con entusiasmo.
-¿Y
de lo que leíste qué te acordás?
-…
No sé, muchas cosas…-
Viendo
que el chico se quedó en silencio, ella le dijo:
-Decime
qué te llamó la atención, o te conmovió.-
Él
permaneció callado unos instantes y después dijo:
-…
Por ejemplo, en el primer capítulo -ahora no evita la mirada de ella-, cuando
Oliveira habla de la Maga… Hay una cosa…-y nuevamente se queda en silencio.
-¿Qué?-le
pregunta ella mirándolo a los ojos e instándolo hablar.
Él
sosteniéndole la mirada le dice:
-“Andábamos
sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.-
Ella
esboza una sonrisa antes de preguntarle:
-¿Por
qué te interesa ese pensamiento, esa reflexión?-
-No
sé, no sé.-le dice él, ahora, nuevamente evitando la mirada de ella, y fijando
la suya, sin proponérselo, en la máquina de los boletos.
-Algo
hizo que te detengas en esa frase, que le prestaras atención. ¿Qué puede
ser?-le dijo ella, observando, con satisfacción, como el chico volvía a ponerse
nervioso.
-No
lo sé… Me quedó…-le dijo, dejando de mirar la máquina de boletos y volviendo a
ordenar o hacer que ordena sus carpetas y sus libros.
Ella,
acechando cada movimiento del chico, le dice:
-Tenemos
que bajarnos.-
-¡Yo
no!-le dijo él sorprendido, y mirándola agregó:-Yo me bajo en la otra parada.
Ella
tenía en el rostro dibujada una nueva sonrisa y él se enfrentó con esa nueva
sonrisa.
-Bajemos
juntos, así seguimos hablando de Rayuela.-le propuso ella.
Él
se sintió como paralizado, pensó que no iba a poder levantarse del asiento.
Ella
repitió:
-Así
seguimos hablando de Rayuela.-
El
chico hizo un gran esfuerzo para levantarse e ir hacia la puerta, pidiendo:
-Permiso,
permiso.-
Bajaron.
A él se le cayó un libro que quedó sobre el cordón de la vereda, se agachó para
levantarlo ante la mirada atenta de ella, cuando alzó la cabeza se enfrentó con
esa mirada. Ella le dijo:
-Vamos.
Tenemos que caminar una cuadra nada más.-
El
chico se puso a caminar a su lado.
-Así
que no sabés, por qué te quedó esa frase. Te quedó.-esto ella se lo dijo sin
sonreír, pero mirándolo.
Él
haciendo un movimiento con su cabeza, agitando su largo y lacio pelo rubio, le
dijo:
-Me
quedó.-pero no se animó a mirarla.
Ella
le preguntó qué pensaba de París, de Oliveira, y más precisamente de la Maga,
él se defendió diciendo:
-Tendría
que leer más, para darme cuenta, y decir cómo es.-
Ella
se detiene en la puerta de un edificio de altos, él la imita. Ella abre la
cartera y saca las llaves. Él le dice:
-Bueno,
nos vemos.-
-Qué,
¿vamos a interrumpir esta charla? Está interesante, ¿no te parece?-
-Sí,
pero…-
-Pero merendemos juntos.-lo interrumpió
ella, y agregó:-¿O tenés algún compromiso?-
-…
No… Sí… Pero…-balbuceo el chico, que sentía en su estomago un calambre o cosa
parecida.
Ella
introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Volviendo la cabeza hacia
el chico, le dijo:
-No
te quedes ahí parado, entrá.-
Él
no sabía si salir corriendo, quedarse parado, o entrar.
Ella
insistió:
-Vamos,
entrá.-
Le
dijo esas dos palabras muy dulcemente, tal vez fue ese tono lo que lo decidió a
entrar. En el ascensor, Andrés, al ver su imagen en el espejo, no sabía si
arreglarse la corbata, el cuello de la camisa, el saco, o volver a manipular
sus libros y sus carpetas. En tanto
ella, lo miraba mirarse en el espejo. Cuando el ascensor se detuvo en el cuarto
piso, le dijo:
-Llegamos.-
Antes
de entrar en el departamento se oían los
ladridos, apenas entraron el animal empezó a saltar de alegría, a correr a lo
largo del living.
-Bueno,
calmate Canela, calmate.-le decía ella, mientras dejaba su cartera sobre el
dressoir.
Él,
en el medio del living, parado, sin saber qué actitud tomar, observaba como la
profesora apoyaba la cartera sobre el dressoir y el ir y venir enloquecido de
la perra. Ella le dijo:
-Dejá
tus libros por ahí, y ponete cómodo. Quitate el saco y la corbata. Vos no sabés
cómo odio las corbatas. No, no me mires así. Odio las corbatas. Nunca supe cuál
es su función. Dicen que da un toque de elegancia.-
Y
acercándosele lo ayudó a quitarse el saco y la corbata. Esto a él lo puso más
nervioso de lo que estaba, pero igual se dejó ayudar. También fue ella quien
colgó ambas cosas en el perchero. Volviéndose hacia él, le dijo:
-¿Qué
querés? Té, café, leche, tostadas, manteca, mermelada, sanwiches de jamón y
queso. Decime.-
-Parecés
mi mamá.-le dijo él con una sonrisa que no ocultaba su nerviosismo.
Ante
las palabras del chico todo el cuerpo de ella estalló en una carcajada, y le
dijo:
-Te
perdono que me hayas comparado con tu mamá, porque es la primera vez que me
tratás de vos. ¿Te diste cuenta?-
Él
se puso colorado. Ella le dijo:
-No
tenés por qué avergonzarte. Me gusta que me trates de vos, todos tus compañeros
lo hacen.-
-…
Sí, pero a mí me cuesta.-
-¿Por
qué?-le dijo ella en tono seductor y acercándosele.
-…
No sé… -le dijo él, con una voz apenas audible.
-Será
porque te gusto.-le dijo ella en el mismo tono seductor.
Él
sentía los pies como clavados en el piso, los brazos atados al cuerpo, ese
cuerpo que había soñado con ese otro cuerpo de mujer que ahora estaba frente a
él, no sólo en actitud de entrega, también con gesto desafiante. Ella
pronunció su nombre:
-Andrés.-
Él
seguía inmóvil, como petrificado, incapaz de realizar un mínimo movimiento,
incapaz, siquiera, de expresar un monosílabo. Ella avanzó hasta rodearlo con
sus brazos, y le dijo:
-Besame.
Besame.-
Canela,
excitada, iba del slip rojo de Andrés tirado en el suelo, al sutien amarillo de
su dueña que colgaba del respaldo de un sillón, del vestido blanco con rombos
azules a la pequeña bombacha amarilla, de la camisa de Andrés hecha un boyo
junto a los zapatos y las medias y demás trofeos desparramados al azar. Canela
reconocía en cada una de las pertenencias de su dueña su perfume, su aroma, sus
olores, en tanto en las de Andrés descubría perfumes, aromas, olores nuevos.
Canela entraba y salía del dormitorio con la misma inquietud que pasaba revista
a cada uno de esos objetos indefensos, abandonados a su suerte, por el
arrebato, la vehemencia, la avidez de dos cuerpos que se desean.
Están
de espaldas sobre la cama, tomados de la mano. Ella le pregunta, cariñosamente:
-¿Te
pasó el susto?-
-No
sé.-
-¿Cómo
que no sabés?-
-…
Sí, no sé… -
Ella
giró su cuerpo hacia él, y vio el perfil de ese rostro adolescente, los largos
cabellos rubios desordenados sobre la almohada, la mirada fija en el cielorraso
o en el vacío, o tal vez en el recuerdo de alguna imagen recientemente vivida.
Ella, siempre en tono cariñoso, le preguntó:
-¿Cuándo
hacés el amor con Mirta, también te ponés así?-
-Pero
Mirta tiene mi edad.-
Ella
no pudo evitar reírse ante la sincera e inocente respuesta del chico, y le
dijo:
-Antes
me comparaste con tu mamá, y ahora me decís que soy una vieja.-
-No,
no sos vieja pero…-se apresuró a decir, pero se interrumpió, y se quedó en
silencio.
Ella
esperó antes de preguntarle, con la ternura del momento:
-¿Pero
qué?-
-…
Que no sos vieja, pero Mirta tiene mi edad y es diferente-y dejando de mirar el
cielorraso o el vacío, mirándola a ella, le pregunta-¿Y vos cómo sabés que hago
el amor con Mirta?-
-¿De
veras querés saberlo?-
-Sí.-
-Porque
soy como tu mamá.-
-¿Qué
querés decir?-
-Los
años. La edad.-
Él
volvió apoyar su cabeza en la almohada y a fijar la mirada en el vacío o en el cielorraso. Ella siguió mirando ese
perfil y esos pelos rubios desparramados sobre la almohada, los miró unos
instantes, y luego muy lentamente, comenzó a deslizar su mirada por el cuello,
los hombros, el pecho, el vientre, el sexo, las piernas, los pies, todo era de
una armonía, de una cadencia, de un ritmo, que no sólo pedía admiración, exigía
celebración.
Primero
le besó el cuello suavemente, después se lo mordió suavemente, y también,
suavemente le mordió el hombro. Lenta y
salvaje y tierna, fue recorriendo con sus labios, su lengua, sus dientes, su
saliva, sus manos, ese cuerpo de niño temeroso y a la vez triunfador, ese
cuerpo que tantas veces la perseguía en la vigilia como en el sueño, ese cuerpo
tantas veces deseado, acariciado en las infinitas imágenes que se sucedían en
su mente, mientras echaba agua a las plantas, ordenaba el placard, o preparaba
un baño de inmersión, ahora lo tenía ahí, sobre su lecho, desnudo, totalmente
desnudo, como una revelación o una gracia, y su boca y sus manos acariciaban
ese sexo de niño que tantas veces había besado, acariciado, introducido en su
boca, en esas vigilias en que la imagen de Andrés la perseguía constantemente,
estando sola en esta misma cama.
Él
recibía la tibieza de los labios besándole el cuello, la dureza de los dientes
mordiéndole suavemente el hombro, las destrezas en acariciar cada una de las
zonas de su cuerpo con esas manos que días atrás en la escuela, mientras estaba
conversando con Mirta, le acarició la cabeza, y le dijo: “¡Qué lindo tenés el
pelo, Andrés!”, ahora, sentía como su sexo iba creciendo al ritmo de esas
caricias lentas, salvajes y tiernas.
Ella
tomó de la mesita de luz un nuevo preservativo, y una vez más con sus dientes
rompió el pequeño sobre, quitó el preservativo y se lo colocó a ese miembro
erecto que tanto deseaba y que tanto la deseaba, y le dijo:
-Ahora
te muevas. Dejame hacer a mí.-
Andrés
obedeció. Ella con movimientos morosos y precisos quedó sobre él. Su sexo fue
en busca de ese otro sexo rígido, duro, joven, su sexo, dichosamente lubricado hacia que ese
trozo de carne erecta la penetrara lenta, lentamente, y lentamente apoyándose
en sus rodillas y en sus brazos, hacía que ese sexo rígido, duro, joven, dejara
de penetrarla, pero no del todo, trataba y lo lograba, mantener los labios vaginales acariciándolo,
sintiendo su rigidez y su tibieza.
-¿Te
gusta?-le preguntó ella.
-Totalmente.-
-¿Cómo
es totalmente?-
-No
sé. Totalmente.-
-¿Qué
vas a decir en tu casa?-
-Nada.-
-Pero
te van a preguntar, por qué llegás tarde.-
-Seguro.-
-¿Te
das cuenta que nos metimos en un gran kilombo?-le dijo ella con una inmensa
sonrisa.
-Sí.
También me doy cuenta que el tuyo es más grande que el mío.-le dijo él, pero
sin sonrisa.
-Otra
vez me estás diciendo vieja.-
-Si
se arma podés quedarte sin trabajo.
-¿Entonces
pensás que no vale la pena lo que estamos haciendo?-
-Sí
que vale, y mucho. ¡O todo!-
-Claro,
vale todo.-esto ella se lo dijo como en un susurro.
-Muchas
veces me hice la paja pensando en vos.-le confiesa él.
-Yo
también me la hice muchas veces pensando en vos.-le confiesa ella.
-Tenés
unas tetas muy lindas.-
-¿Nada
más que las tetas?-
-Todo.-
-¿Y
entonces?-
-Entonces,
sos una flor de yegua.-
-Me
gusta que me digas yegua. Escuchame Andrés.-
-¿Qué?-
-Vamos
a acabar juntos, ¿sabés?-
-Sí.-
-¿Te
gusta metérmela?-
-Sí.-
-Y
a mí me gusta que me la metas.-
-A
mí gustó mucho cuando me la chupaste.-
-Y
a mí me gustó chupártela. Tenés una linda pija.-
Ella
con sus movimientos había logrado el ritmo exacto, preciso, necesario para que
el placer dominase a esos cuerpos que habían empezado a descubrirse, a
revelarse el uno al otro.
-Mabel.-
-¿Qué?-
-Repetí
pija, pija.-
-Pija,
pija, pija…-
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