jueves, 24 de enero de 2019

EL HOMBRE ATLÁNTICO - por Marguerite Duras


No vas a mirar fijamente a la cámara. 
Excepto...         cuando yo te diga que lo hagas.
Olvidarás.       
Olvidarás.
Olvidarás que éste sos vos.   
Creo que se puede hacer.      
También te vas a olvidar de la cámara.        
Pero sobre todas las cosas vas a olvidarte que éste sos vos.
Vos.
Sí, creo que puede hacerse,
por ejemplo, desde otros puntos de vista,  
el punto de vista de la muerte alrededor de otros,     
tu muerte, perdida en alguna parte     
en el medio de una innombrable y penetrante muerte.
Observarás lo que estás viendo.   
Pero lo verás de manera absoluta.       
Intentarás verlo hasta que tu vista falle se fatigue, te diga basta,   
hasta que te vuelvas ciego,   
e incluso a través de ésa ceguera 
deberás intentar mirar nuevamente.   
Hasta el final.
Vos me preguntás: ¿Mirar qué?
Yo digo, bueno, Yo digo
el mar,    
sí,    
esta palabra, enfrentándote,        
éstos muros enfrentando al mar, 
estas sucesivas desapariciones,    
éste perro,      
ésta costa,      
éste pájaro  debajo del viento del Atlántico.
Escuchá. 
Todavía creo que incluso si no fueras a mirar
a lo que aparece ante vos, igualmente aparecería en la pantalla.
Y la pantalla quedaría en blanco o en negro
más precisamente en negro.
Lo que verás allí,    
lo que verás allí,     
el mar, los cristales de las ventanas,    
el muro, 
el mar debajo de los cristales,       
los ventanales en las paredes,      
cosas que nunca has visto antes,
que nunca antes habías observado.
Pensarás que esto, que está a punto de ocurrir,
no es un ensayo,    
que ésta es la primera noche,       
así como tu mismísima vida es una primera noche
como cada segundo lo revela.      
Que entre millones de hombres  lanzándose hacia la muerte
a través de los años,      
vos sos el único       que se mantiene erguido por sí mismo,
 en mi presencia, sólo en mi presencia,
en éste preciso momento de la película que se está haciendo
(como la que se filmó en Roma  cuando el personaje del hombre
avanzo hacía mí para verme dormir o verme simular  dormir).
Pensarás que sos vos a quien yo elegí.
Yo. Vos.  
Vos que estás en todo momento todo de vos, junto a mi,
y ésto es verdad hagas lo que hagas,   
aún estando lejos o cerca de mis esperanzas.
Vas a pensar solo acerca de vos,  
éste mar que aún no ha tomado lugar,
aquél viento y aquella gaviota
separados por primera vez,  
y aquél perro perdido.  
Pensarás que el milagro
no está en aparente similitud       
entre cada una de las particulas   que forman a ésos millones de hombres
en su contínuo lanzamiento,
pero en la irreducible diferencia que los separa,
que separa a los hombres de los perros,
y a los perros, de la película 
y al mar de la arena,      
y a Dios, del perro 
...o de la tenaz gaviota   luchando contra el viento,
del líquido cristalino de tus ojos, 
de la herida de las arenas,    
del irrespirable        aire viciado en el pasillo
de aquél hotel        
después de la deslumbrante luz    de la playa,
de cada palabra de cada frase,
de cada línea de cada libro,
de cada día y cada siglo
y cada eternidad pasada
o futura  
y de vos y yo. 
Durante tu estadía,        
deberás creer
en tu majestuosidad inalienable.
Procederás.    
Caminarás al igual que cuando estás solo
y cuando creas        que alguien te está observando,
ya sea Dios o yo,    
o ése perro a lo largo del mar,      
o aquella trágica gaviota desafiando al viento,  
tan solo en presencia del elemento Atlántico.
Yo quise decir:        
las películas creen que pueden presevar     
lo que estás haciendo en éste momento.    
Pero vos,
desde donde estás,        
sea donde sea,       
cuando te hayas ido aún llevarás la arena,
o el viento, o el mar,      
o el muro, o el pájaro,   
o el perro,       
te vas a dar cuenta que eso es algo que la película no puede hacer.
Andá a hacer otra cosa.
Renunciá.        
Procedé. 
Ya vas a ver,   
todo vendrá de tu caminata a lo largo del mar,
más allá de los pilares en la sala, 
de los movimientos de tu cuerpo
que hasta ahora,   
los habías pensado naturales.      
Girarás a tu derecha      
y caminarás a lo largo de los cristales de las ventanas y el mar,
el mar a través de los cristales,      los ventanales en las paredes,
el oro, y el viento, 
y el perro.       
Lo has logrado.       
Estás en el borde del mar,     
estás en el borde de aquellas cosas atrapado alrededor de ellas
por tus ojos.   
Ahora el mar está a tu izquierda. 
Podés escuchar su murmullo mezclado con el viento.
A grandes pasos avanza hacia vos,
hacia los médanos en la costa.     
Vos y el mar,  
son sólo uno para mí,    
un único objeto, el objeto de mi rol en ésta aventura.
Yo también lo observo. 
Tenés que mirarlo como lo hago yo,    
como lo hago yo,   
con todo mi poder, desde donde vos estás.
Dejaste el campo de visión de la cámara.    
Estás ausente.
Con tu partida, tu ausencia se ha hecho lugar,   
fue fotografiada tal cual fue fotografiada previamente tu presencia.
Tu vida se ha distanciado.     
Ahora sólo queda tu ausencia,     
sin cuerpo,      
sin ninguna posibilidad de alcanzarlo,
o caer presa del deseo. 
Estás precisamente en ningún lugar.   
Ya no sos más el elegido.       
No queda nada de vos  
excepto ésta ausencia flotante,     ambulatoria,
que llena la pantalla,    
como pueblos por sí mismos, por qué no?
una plegaria en el Lejano Oeste,  
o éste hotel abandonado,     
o aquellas arenas. 
Nada sucede excepto ésta ausencia ahogada en arrepentimiento
y que, a ésta altura no deja nada
por lo que llorar.    
No te dejes superar por estas lágrimas,
por ésta tristeza.    
No. 
Continuá a olvidar,        
a ignorar el futuro de todo ésto,
y también tu propio futuro.  
La noche anterior, 
después de tu partida final,  
Entré en la habitación de la planta baja,
que se abre hacia el parque,
allí a donde voy siempre : el trágico mes de Junio,
el mes que lleva al Invierno. 
Había barrido la casa, había limpiado todo como si se estuviera preparando para mi funeral.
Todo había sido limpiado de su vida, vaciado de rastros
y luego me dije a mí misma: 
Voy a empezar a escribir, para curarme de la mentira de todo éste
affair amoroso que está terminando.  
Limpié mis cosas, algunas cosas, todo está limpio, todo:   
mi cuerpo, mi pelo, mi ropa, las habitaciones de la casa,
todas, el parque todo.
Y después empecé a escribir
Cuando todo estaba preparado para mi muerte, empecé a escribir,
a escribir de lo que precisamente conozco,
lo que vos nunca comprendiste,  
sabiendo que nunca ibas a entenderlo.       
Así es como sucede.       
Siempre me dirigí a tu falta de entendimiento.  
Sin ello, verás, no hubiera valido la pena.
Pero repentinamente le tomé
un poco de cariño a ésa imposibilidad tuya.
La dejaré en tus manos, no tengo lugar para ella.
Te la voy a devolver,      
mi deseo es que la lleves con vos,
que la vuelvas parte de tus sueños,      
parte del sueño en descomposición,
del que te dijeron que era la felicidad.
        
Me refiero a la decadencia de la mutua felicidad de los amantes.    
Y del día que regresó      como usualmente,
en lágrimas, lista para la actuación,
y una vez más la actuación toma lugar.
Y en lugar de morir salí a la terraza en el parque
y sin emoción grité en voz alta la fecha de ése día:
Lunes 15 de junio, 1981,
el día que te fuiste con ése terrible calor
ésta vez creí, que era para siempre.
Creo que no sufrí tu partida.
Todo fue usual,      
los árboles, las rosas,     
la sombra de la casa reflejada en el parque, en el mar.
el tiempo y la fecha,      
y aún así vos, vos estabas ausente.
No creo que tengas que volver.    
Alrededor del parque, las palomas en los tejados
llamaron a sus compañeros para que las acompañen.       
Después se hicieron las siete de la tarde.
Me dije a mí misma que te habría amado.  
Creía que todo lo que me quedó de vos no fue más que
un recuerdo vacilante,  
pero no, 
Estaba equivocada,        
mis ojos recordaron ésas playas,  
un lugar al cual abrazar
con ternura en         la arena tibia,
y esa mirada tuya tan enfocada en la muerte.
Ahí fue cuando me dije a mí misma,
¿por qué no hacer una película?
Porque ahora escribir sería muy difícil, imposible.
¿Por qué no una película?    
Y entonces salió el sol.  
Un pájaro cruzó  a lo largo del muro de la casa.
De la casa vacía.     
Voló muy cerca       , rozó una de las rosas,  
una de las rosas que llamo "de Versailles". 
El movimiento fue violento, el único movimiento
en ése parque bajo la luz uniforme del cielo.      
Escuché el crujido de la rosa
hecho por el pájaro        
en su vuelo de porcelana.     
 Miré a la rosa y la rosa se agitó     como si estuviera imbuida de vida
y después poco a poco se convirtió de nuevo en una rosa ordinaria.
Te quedaste en el estado de haberte ido.
Y yo hice una película por fuera de tu ausencia.
Pasarás una vez más en frente de la cámara.
Ésta vez la vas a mirar directamente.   
Mirá a la cámara.  
La cámara capturará ahora tu reaparición
en el espejo paralelo en el cual se ve a sí misma.
No te muevas. Esperá.
No te sorprendas. Te voy a decir lo siguiente:
vas a reaparecer en la imagen.
No, 
no te lo advertí.     
Sí, va a pasar de nuevo.
Ahora,     
vos ya tenías, atrás tuyo, un pasado,   
un plan.  
Ahora ya te hiciste viejo.       
Ahora estás en peligro. 
El más grande de los peligros que encontras
es parecerte a vos mismo,     
parecerte al hombre de la primer escena    
tomada hace una hora.
Olvidá más.    
Olvidá aún más.     
Mirarás a toda la gente en la audiencia,
a uno por uno a todos, a todos.
Acordate ésto, muy claramente:  
el cine es en sí mismo como vos, el mundo entero,
vos sos el mundo entero, vos, sólo vos.
Nunca te olvides eso. No tengas miedo.
Nadie, ninguna otra persona en el mundo
puede hacer eso y ahora vas a hacer ésto:
pasar por segunda vez por ése lugar hoy,
exclusivamente bajo mis órdenes, ante Dios.
No trates de entender el fenómeno fotográfico.
Vida.        
Ésta vez, vas a morir mientras mirás.
Vas a mirar a la cámara como miraste al mar,
como miraste al mar      
y los cristales de las ventanas y el perro       
y el trágico pájaro en el viento     
y las arenas inmóviles desafiando a las olas.
Al final de la jornada,    
la cámara va a haber decidido lo que habrás mirado.
Mirá.       
La cámara no miente.    
Pero miralo como si fuera un objeto de elección
determinado por vos mismo, algo por lo que siempre esperaste,
como si hubieras decidido enfrentarlo por fin,
comprometiéndote con eso en una lucha de vida o muerte.
Actuá como si hubieras entendido,      
ahora mismo,
como lo sostuviste en tus ojos,     
que era ella, la cámara,
que al principio       quiso asesinarte.
Mirá a tu alrededor.      
Tan lejos como tus ojos puedan ver
reconocerás esos estériles tramos de arena,
esos valles destruidos por la guerra, humillados por la guerra,
esos valles, a pesar de todo, ungidos para la felicidad,       
esos valles de película, de película,      
que  se miran el uno al otro, se enfrentan el uno al otro.
Date la vuelta.         Caminá.
Olvidá.    
Alejate de ése detalle, el cine.
La película permanecerá así.
Terminada.     
Estás al mismo tiempo presente y oculto, escondido.
Presente sólo a través de la película,   
más allá de la película, 
escondido de vos mismo,      
y de todo el conocimiento que alguien
pueda haber tenido de vos.
Mientras, ya no te amo.
Ya no amo nada,    
nada, excepto a vos, aún.      
Ésta noche está lloviendo.    
Está lloviendo alrededor de la casa y en el mar.
La película permanecerá así, como es.
No tengo más imágenes para ella.
Ya no sé dónde estamos,
en qué meses estamos, 
y el fin de qué amor,      
en el comienzo de cuál otro amor,
en cuál historia       nos hemos perdido a nosotros mismos.
Es sólo para ésta película lo que sé.
Sólo para ésta película.
Sé que ninguna imagen, ninguna
pero ninguna imagen, podrá perdurar.        
La luz no se ha quebrado en todo el día      
y no hay la menor brisa en las copas de los bosques o en los campos o en los valles.  
Nadie sabe si aún es verano o si es el fin del verano
o alguna otra engañosa, indecisa estación,
horrenda, sin nombre.  
Ya no te amo 
Como lo hice el primer día. Ya no te amo.
Sin embargo alrededor de tus ojos,
siempre ahí,   
esas extensiones rodeando la mirada,
y la vida que te conmueve en sueños.
Siempre queda        esa exaltación que viene
sobre mí por no saber qué hacer con todo esto,
con el conocimiento que tengo de tus ojos,
de las inmensidades que tus ojos exploran,
al punto tal de no saber qué escribir, qué decir,
y qué mostrar de tu noble insignificancia.
De esas cosas, solamente sé esto:
que no tengo nada que hacer ahora    
excepto sufrir la exaltación   
sobre alguien que alguna vez estuvo acá,
alguien que no estaba al tanto de estar vivo
de alguien que yo sabía que estaba vivo,    
de alguien que no sabía cómo vivir, como estaba diciendo,
y de mí misma quien lo supo
y de quien no supo qué hacer con ello,        
con ése conocimiento de la vida que él vivió,
quien no sabía qué escribir, qué mostrar;
quien no sabía qué hacer conmigo tampoco.
Dicen que el pleno verano está en camino, es posible. No lo sé.       
Las rosas ya no están, en el fondo del parque.
Las que a veces no son vistas por nadie durante toda su vida   
y que se mantienen así, en su perfume abiertas
por varios días         para luego caer en pedazos.
Nunca vistas por ésta mujer solitaria, quien olvida.
Nunca vistas por mí, ellas mueren.
Estoy en un estado de enamoramiento entre vivir y morir.
Es por tu falta de sentimiento       
que redescubro tu cualidad,
la de complacerme.       
Solamente deseo que la vida no te abandone.   
De todos modos, no me preocupo por su progreso,
porque no puede enseñarme nada acerca de vos,
solo puede dibujar la muerte más cerca de mí, lo hace
más tolerable, sí, deseable.
Así es como vos estás: enfrentándome, suavemente,
en constante provocación,   
inocente, impenetrable.        
Vos sos el Hombre Atlántico:
Vos no conocés ésto.
Nunca supiste nada de todo esto.
Nunca sabrás nada de todo esto.
Nunca. Nada. Nada. Nada. Nuca.

jueves, 30 de agosto de 2018

MACRI EN SU INFIERNO



Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz de  mujer muerta te escarbe la barriga
buscando una sortija nupcial
y un juguete de niño abandonado,
serán para vos nada sino una puerta oscura, arrasada.

         En efecto.
                              De infierno a infierno ¿qué hay?
         Aquí estás: triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo,
cifra de humillación que la sangre no borra.
                               Quién, quién sos…
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra.
                               
                                  Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno y los círculos del dolor palidecen.

Maldito, que sólo lo humano te persiga,
que dentro del absoluto fuego de las cosas, no te consumas,
que no te pierdas en la escala del tiempo
y que no te taladre el vidrio ardiendo ni la feroz espuma.
         Solo, solo para las lágrimas todas reunidas,
solo en una cueva de tu infierno,
comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
No merecés dormir aunque sean clavados de alfileres tus ojos:
debés estar despierto
despierto eternamente entre la podredumbre de tus
negocios
y los miles de obreros dejados sin trabajo
y las miles de niñas y de niños abandonados
simplemente como miles de niñas y de niños abandonados.

Como el agudo espanto y el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan.

Solo y maldito seas y que un río de ojos
cortados te recorra mirándote sin termino.

(Pablo Neruda: El General Franco en los Infiernos).

miércoles, 18 de julio de 2018


PASCAL QUIGNARD 

Vos me decís que antiguamente hubo un diálogo debajo de un árbol y que ese diálogo fue volcado en el más antiguo de los libros y que sucedía en el Paraíso (“paraíso”) y que una mujer llamada Eva después de señalar un fruto suspendido en el extremo de una rama, mientras una serpiente le hablaba y ella tomaba el apetitoso fruto en su mano y que todo eso sucedía en invierno y que así es la historia del mundo y después de una pausa, de un espacio en blanco me propones que veamos el comienzo de nuestra historia y ahí me decís que había una montaña eternamente cubierta de nieve y que había un pino y un caballo muerto y un cuerno que no suena y una espada que nada destroza, separa, rompe, en el mismo momento que un hombre muere solo en una montaña.
Me pregunto qué dirías vos si caminando por la calle Corrientes, te metes en una librería y sobre una mesa de ofertas te encontras con un libro en cuya tapa lleva impreso MILOSZ – Antología Poética, abrís libro y lees:
Yo nada sé de tu pasado. Has debido soñarlo.
Sólo vislumbro tu rostro en la irisación grisácea de la lluvia.
Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Nada sé y nada quiero saber de tu pasado.

Decime Pascal, ¿qué dirías?

Tus ojos me hablan de brumosas ciudades últimas que no he de ver jamás
y cuyos nombres jamás oiré en tu voz.
Noviembre cae sobre mi alma. Y también sobre la llanura.
Son cosas, desde hace mucho, muertas
-¡irremediablemente muertas!-
músicas sofocadas, ajadas lujurias.
Podría asegurar que noviembre aguarda tras la puerta.
Lejos, muy lejos de aquí está tu alma. Tu alma extranjera
es una noche de bruma,
de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,
donde hay hombres que morirán sin haber conocido el amor.

¿Qué dirías? Milosz dice que nada sabe del pasado de ella y que nada quiere saber. Yo te digo que miente. Milosz miente.
Yo reconozco en ti a seres misteriosos,
a viajeros con rumbo secreto
encontrados otrora en la bruma de las estaciones
donde todos los ruidos adquieren inflexiones de adioses.

También nos dice a vos, a mí y a todos los que lean este poema: La Extranjera, que a veces ella se vuelve atmósfera de feria
con sus luces lloronas y sus relentes
de enmohecimiento y vicio;

Recuerdos de nostálgicos garitos

Si yo intentase salir, si solamente cerrarse tras de mí la puerta,
di, ¿qué harías?

Y cuando el ruido de sus pasos muera sin eco en las calles, sólo podría advertir la noche en sus ventanas.

Es como si debieses abandonarme hoy,
en un de pronto y para siempre,
sin decirme de dónde vienes y adónde vas.
Llueve sobre los grandes jardines desnudos;
mi alma está aterida;
noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.

Pascal, ¿qué dirías de mí, si te contase?
en las tiendas de quincallería de San Telmo hay piedras que ocultan su verdadero nombre detrás de máscaras que laten en el trajinar de los transeúntes: mujeres y hombres que desfilan luciendo sus tatuajes a paso de tango por los adoquines o sentados en las terrazas de los bares, ayer eran pulperías, por donde anduvo Gabino Ezeiza con su guitarra, sus versos y sin tatuajes, a no ser, un navajazo cruzándole la mejilla.

Pascal, ¿qué me dirías, qué?

domingo, 3 de diciembre de 2017

jueves, 12 de octubre de 2017

CANTO PARA UNA MUJER AMERICANA


No voy a escribir un canto de guerra ni de amor.
Voy a escribir tu canto de guerra y tu canto de amor.
Que es el canto de guerra y el canto de amor de nuestra América.
Esta América negada, pateada, pisoteada, humillada
por los modistos de la muerte, esos eternos parientes de la nada.

No voy a escribir un canto de guerra ni de amor.
Voy a escribir el canto de guerra y de amor de Manuela Sáenz,
la que abrazó con sus piernas el cuerpo del Capitán
y anidó entre ellas su imperioso fuego,
esas piernas que él acarició con sus manos y sus besos,
como acarició y besó sus senos y su pelo
y sus caderas redondas de pan ecuatoriano.
Yo tampoco sé quién la está besando y acariciando ahora.
Tampoco sé quién está besando y acariciando a nuestra Eva.

A vos Compañera de esta hora te proclamo:
¡Heredera de esas dos mujeres americanas!

A vos también te castigan con cinturones de víbora
y diarios de víbora y pantallas de víbora y radios de víbora.

No soportan que amen tu voz, las formas de tu voz, la silueta de tu voz,
y yo amo tu voz y las formas de tu voz y la silueta de tu voz.

No soportan que el pueblo ame tu cabellera derramada sobre tus hombros,
tus piernas que abrazaron el cuerpo del heredero del Capitán,
él fue el único que le dijo no a ese cuadro con el rostro de la Muerte
y prefirió inmolar su vida antes de arriar una sola de sus banderas
y  hoy que nuestra victoria agita sus banderas,
las altas cumbres se nutren de llanuras y  marchan hacia el mar,
igual a navíos que codician tu belleza.

Si volviera te besaría con mil besos de bosques que navegan.

Qué poesía que te recibe no se regala de alabanza, de elogio.
Qué poesía que te recibe no alza su canto hacia el cielo.

El corazón de Manuela y el corazón de Eva, laten en tu corazón.

Compañera, los de siempre, te odian con el mismo odio que odiaron a Eva.
Su odio es inútil, nunca las alcanzará el olvido.

Decís que a El Calafate hay que conocerlo verde y blanco,
decís que a las rosas de tu casa las cuidan tus manos,
pero no decís que sus pétalos exigen que las cuiden tus manos.

Un horizonte de picos nevados.
Una bruma ligera se desprende del hielo.
La bruma ligera explota contra los rayos del sol.
El Calafate es verde.


Compañera, sólo los corazones que aman ofenden a la muerte,
por eso espero que estos versos lleguen a tu corazón
como una primavera de amor y poderío a pesar del infortunio.

Como se ve en el mar la noche estrellada sobre las aguas,
veo en vos, coronada de flores, la victoria de nuestra América.

Vos también fuiste concebida
para el azul de alfarería
y para las aparadoras
y las empaquistas
y las hilanderas
y para las casas habitadas
y para el canto,
¡para el más crecido canto!
                                   ¡Cristina Manuela
                                   Cristina Eva
                                   Cristina celeste y blanca

                                   Cristina americana!

lunes, 7 de agosto de 2017

RECOMENDADO

RECOMENDADO
        a la memoria de Arnoldo Ellerman

         Me llamo Henoch y mi hermano Abel. No tengo buena salud, a ello se debe que permanezca casi enclaustrado en esta vieja casona de Morón o de Haedo, en mi familia nunca se ponen de acuerdo, aunque para el municipio no hay dudas, pertenecemos a Morón, lo cual no impide que el tema se debata largamente en los cumpleaños o en cualquier ocasión que nos convoque a reunirnos.
         Nací un veinticinco de agosto, aquí, en la casona. Mi abuela materna quería que todos naciéramos en la misma habitación que nació mi madre, y aquí nacieron el tío Arnoldo, mis hermanas, Aclima y Lebuda, y por supuesto Abel. Yo soy el mayor, tengo mala salud, perdón esto ya lo dije.
         Fui descubriendo el mundo dentro de los salones de la casona, algunos con enormes frescos que me impresionaban y aún me impresionan, como esa copia “Il vecchio e la giovene”, del Veronese. ¿Serán David y Abisag? Posiblemente. Sobre la pared que da a las vías del ferrocarril Sarmiento, cuelgan extraños tapices donde conviven imágenes sagradas con otras paganas, a veces me agradan, generalmente les temo, como a los bajorrelieves del frente de la casona, como a los leones de mármol cipolino del jardín, jamás me acostumbraré a ellos, a nada de lo que hay en la casona, ni a la vitrina con los trofeos ganados por papá y Abel, ni a la estatuilla de Moreau que tanto le agrada a mi hermano, a él le gusta toda la casona, y lo que hay en ella.
         Abel tiene buena salud. Crecimos juntos y somos tan distintos. Él es alegre, inteligente, humilde, y tiene los ojos claros como tío Arnoldo.
    Acostumbro a pasar las tardes, qué digo, las mañanas y las noches también -las noches sobre todo, las largas noches de insomnio-, en la biblioteca, como ahora, que estoy refugiado ante mi Staunton, o leyendo algunos textos que me apasionan, como la Biblia, por ejemplo. Hace horas que estoy sentado frente al tablero: 
          Es un problema de Ellerman, un mate en dos. Seguramente el maestro lo habrá compuesto durante algunas de sus estadías en su isla del Tigre o allí le dio forma definitiva o no, tal vez en el Tigre, comenzó a componer esta sinfonía donde alfiles y peones acuerdan con torres y demás figuras, para sorprender al monarca negro.
         Siempre me atrajo el arte de componer problemas de ajedrez (como al autor de Lolita), pero apenas si alcance a dominar algunos elementos de la técnica para resolverlos, no tengo capacidad para crearlos, a pesar de haber leído mucho sobre ello: line opening, cross-check, half-pin y tantos otros temas. Abel no sólo domina la técnica para resolverlos, también  el arte de la composición. Una vez tío Arnoldo vino con un viejo problemista yugoeslavo… No recuerdo el nombre. Decía que en su juventud había sido amigo de Reti. Le pregunté cuál era el secreto para componer problemas, me dijo que no había ninguno, que la clave residía en que apenas se me ocurriese una idea, debía trabajar sobre ella, a mí jamás se me ocurrió una idea, a Abel sí, muchas.
         Aunque me pase el resto de mi vida  sentado ante esta posición no voy a pedirle al tío Arnoldo que me lo resuelva, y menos a Abel, antes prefiero morirme sin encontrar la solución. Aunque el tío Arnoldo no nos visita más desde aquel día en que me regaló… No. No diré nada. Juré no decir nada. Nunca. Jamás.
         Fue hace años, un veinticinco de agosto. Estaban todos reunidos en la sala de los trofeos, donde Abel los fascinaba, como siempre, con su conversación, yo estaba aquí, solo, como ahora, pero en vez de tener ante mí estas figuras de ébano y boj, armoniosamente dispuestas por el talento del maestro Ellerman, tenía entre mis manos, ante mis ojos (que son castaños, no claros como los de Abel), el regalo de tío Arnoldo. Grite. Grite. Vinieron todos, hasta la abuela. Todos preguntaban, querían saber: mamá quería saber, papá, mis hermanas, y por supuesto, Abel, pero no dije nada, y no diré nada. Mamá me llevó a mi cuarto, allí se le llenaron los ojos de lágrimas como a mí. Papá nunca más preguntó. Abel tampoco. Desde ese día tío Arnoldo no volvió más, hace años ya, pero yo sé y mamá también, que todos visitan a tío Arnoldo en su isla del Tigre.

         -¿Qué estás haciendo?-
        
         Abel entró de repente y me sorprendió en mis pensamientos. Hice un movimiento brusco en el sillón.

         -Qué, ¿te asusté?-
         -Sí, estaba… Estoy con esto…-le dije señalando el tablero.
         -¿Y?-
         -Y nada.-
         -¿No lo podes resolver?-
         -No. No puedo.-
         -Dejame ver.-
        
         Acercó una silla y se sentó ante mí frente al tablero, apoyó los codos en la mesa y con las manos se tomó la cara, y en silencio se puso analizar la posición. Yo también, en silencio, me recosté en el sillón y me puse a estudiar a Abel, que en ese preciso instante pensaba cómo dar caza al rey negro. Pero no de cualquier manera. No buscaba un mate grosero. Abel, en este preciso instante, busca dar jaque mate de la manera más bella, conjugando cada una de las piezas que tiene sobre esa escaquera de sesenta y cuatro casillas (treinta y dos blancas, y treinta y dos negras), donde cada una de las figuras: alfiles, caballos, torres, damas, reyes y peones, cumplen, por lo menos, una función clara, precisa, y Abel lo sabe, Abel sabe todo, por eso busca armonizarlas,  para que la solución estalle como un resplandor en el bosque, en la oscuridad del bosque, y deje ver toda la belleza restallante, desnuda.

         -Me parece que ya está.-me lo dijo con alegría, pero con humildad.

         Sentí como mi corazón latía más aceleradamente. Levantó la vista del tablero y mirándome con sus ojos claros me dijo:

         -Caballo e2.-
      
        De golpe las orejas se me pusieron calientes y las manos frías, traspiradas. Baje la vista hacia el tablero, mientras él, con su mano derecha (también tiene bellas manos), tomó el caballo de la casilla d4 y lo traslado a la casilla e2.

         -Se amenaza mate con la dama en d4.-me dice.

         En este momento, en este preciso instante, hay sentimientos encontrados que nacen en mi corazón y en mi mente y en mi sangre, lastima, pena,  desprecio, y también, por qué no decirlo, admiración,  respeto, y también,  por qué no confesarlo, odio.
         Tomo la torre de c5 y la llevo a d5.
         Abel piensa, qué digo, no piensa, con una rapidez sorprendente, juega el caballo a la casilla c3, dándome jaque mate. Y así con esa rapidez, con su  brillante inteligencia va refutando cada una de mis jugadas.
         En este vertiginoso instante, en esta secuencia de vertiginosos instantes, mientras Abel refuta uno a uno todos mis movimientos, pienso en el regalo de tío Arnoldo, y me juro matarlo.
         Mi corazón se desacelera, pero mis manos siguen traspiradas.
         Tal vez el Demonio acuda en mi auxilio, en forma de hombre, con un cuervo en la mano.

         Nota: el problema del maestro Arnoldo Ellerman, que ilustra el presente texto, fue “Recomendado” por The Western Morning and Daily Gazette, de Inglaterra.