No vas a mirar fijamente a la cámara.
Excepto... cuando yo te diga que lo hagas.
Olvidarás.
Olvidarás.
Olvidarás
que éste sos vos.
Creo que se
puede hacer.
También te
vas a olvidar de la cámara.
Pero sobre
todas las cosas vas a olvidarte que éste sos vos.
Vos.
Sí, creo que
puede hacerse,
por ejemplo,
desde otros puntos de vista,
el punto de
vista de la muerte alrededor de otros,
tu muerte,
perdida en alguna parte
en el medio
de una innombrable y penetrante muerte.
Observarás
lo que estás viendo.
Pero lo
verás de manera absoluta.
Intentarás
verlo hasta que tu vista falle se fatigue, te diga basta,
hasta que te
vuelvas ciego,
e incluso a
través de ésa ceguera
deberás
intentar mirar nuevamente.
Hasta el
final.
Vos me
preguntás: ¿Mirar qué?
Yo digo,
bueno, Yo digo
el mar,
sí,
esta
palabra, enfrentándote,
éstos muros
enfrentando al mar,
estas
sucesivas desapariciones,
éste perro,
ésta costa,
éste
pájaro debajo del viento del Atlántico.
Escuchá.
Todavía creo
que incluso si no fueras a mirar
a lo que
aparece ante vos, igualmente aparecería en la pantalla.
Y la
pantalla quedaría en blanco o en negro
más precisamente
en negro.
Lo que verás
allí,
lo que verás
allí,
el mar, los
cristales de las ventanas,
el muro,
el mar
debajo de los cristales,
los
ventanales en las paredes,
cosas que
nunca has visto antes,
que nunca
antes habías observado.
Pensarás que
esto, que está a punto de ocurrir,
no es un
ensayo,
que ésta es
la primera noche,
así como tu
mismísima vida es una primera noche
como cada
segundo lo revela.
Que entre
millones de hombres lanzándose hacia la
muerte
a través de
los años,
vos sos el
único que se mantiene erguido por sí
mismo,
en mi presencia, sólo en mi presencia,
en éste
preciso momento de la película que se está haciendo
(como la que
se filmó en Roma cuando el personaje del
hombre
avanzo hacía
mí para verme dormir o verme simular dormir).
Pensarás que
sos vos a quien yo elegí.
Yo. Vos.
Vos que
estás en todo momento todo de vos, junto a mi,
y ésto es
verdad hagas lo que hagas,
aún estando
lejos o cerca de mis esperanzas.
Vas a pensar
solo acerca de vos,
éste mar que
aún no ha tomado lugar,
aquél viento
y aquella gaviota
separados
por primera vez,
y aquél
perro perdido.
Pensarás que
el milagro
no está en
aparente similitud
entre cada
una de las particulas que forman a ésos
millones de hombres
en su
contínuo lanzamiento,
pero en la
irreducible diferencia que los separa,
que separa a
los hombres de los perros,
y a los
perros, de la película
y al mar de
la arena,
y a Dios,
del perro
...o de la
tenaz gaviota luchando contra el viento,
del líquido
cristalino de tus ojos,
de la herida
de las arenas,
del
irrespirable aire viciado en el pasillo
de aquél
hotel
después de
la deslumbrante luz de la playa,
de cada
palabra de cada frase,
de cada
línea de cada libro,
de cada día y
cada siglo
y cada
eternidad pasada
o futura
y de vos y
yo.
Durante tu
estadía,
deberás
creer
en tu
majestuosidad inalienable.
Procederás.
Caminarás al
igual que cuando estás solo
y cuando
creas que alguien te está
observando,
ya sea Dios
o yo,
o ése perro
a lo largo del mar,
o aquella
trágica gaviota desafiando al viento,
tan solo en
presencia del elemento Atlántico.
Yo quise
decir:
las
películas creen que pueden presevar
lo que estás
haciendo en éste momento.
Pero vos,
desde donde
estás,
sea donde
sea,
cuando te
hayas ido aún llevarás la arena,
o el viento,
o el mar,
o el muro, o
el pájaro,
o el perro,
te vas a dar
cuenta que eso es algo que la película no puede hacer.
Andá a hacer
otra cosa.
Renunciá.
Procedé.
Ya vas a
ver,
todo vendrá
de tu caminata a lo largo del mar,
más allá de
los pilares en la sala,
de los
movimientos de tu cuerpo
que hasta
ahora,
los habías
pensado naturales.
Girarás a tu
derecha
y caminarás
a lo largo de los cristales de las ventanas y el mar,
el mar a
través de los cristales, los
ventanales en las paredes,
el oro, y el
viento,
y el perro.
Lo has
logrado.
Estás en el
borde del mar,
estás en el
borde de aquellas cosas atrapado alrededor de ellas
por tus
ojos.
Ahora el mar
está a tu izquierda.
Podés
escuchar su murmullo mezclado con el viento.
A grandes
pasos avanza hacia vos,
hacia los
médanos en la costa.
Vos y el
mar,
son sólo uno
para mí,
un único
objeto, el objeto de mi rol en ésta aventura.
Yo también
lo observo.
Tenés que
mirarlo como lo hago yo,
como lo hago
yo,
con todo mi
poder, desde donde vos estás.
Dejaste el
campo de visión de la cámara.
Estás
ausente.
Con tu
partida, tu ausencia se ha hecho lugar,
fue
fotografiada tal cual fue fotografiada previamente tu presencia.
Tu vida se
ha distanciado.
Ahora sólo
queda tu ausencia,
sin cuerpo,
sin ninguna
posibilidad de alcanzarlo,
o caer presa
del deseo.
Estás
precisamente en ningún lugar.
Ya no sos
más el elegido.
No queda
nada de vos
excepto ésta
ausencia flotante, ambulatoria,
que llena la
pantalla,
como pueblos
por sí mismos, por qué no?
una plegaria
en el Lejano Oeste,
o éste hotel
abandonado,
o aquellas
arenas.
Nada sucede
excepto ésta ausencia ahogada en arrepentimiento
y que, a
ésta altura no deja nada
por lo que
llorar.
No te dejes
superar por estas lágrimas,
por ésta
tristeza.
No.
Continuá a
olvidar,
a ignorar el
futuro de todo ésto,
y también tu
propio futuro.
La noche
anterior,
después de
tu partida final,
Entré en la
habitación de la planta baja,
que se abre
hacia el parque,
allí a donde
voy siempre : el trágico mes de Junio,
el mes que
lleva al Invierno.
Había barrido
la casa, había limpiado todo como si se estuviera preparando para mi funeral.
Todo había
sido limpiado de su vida, vaciado de rastros
y luego me
dije a mí misma:
Voy a
empezar a escribir, para curarme de la mentira de todo éste
affair
amoroso que está terminando.
Limpié mis
cosas, algunas cosas, todo está limpio, todo:
mi cuerpo,
mi pelo, mi ropa, las habitaciones de la casa,
todas, el
parque todo.
Y después empecé
a escribir
Cuando todo
estaba preparado para mi muerte, empecé a escribir,
a escribir de
lo que precisamente conozco,
lo que vos
nunca comprendiste,
sabiendo que
nunca ibas a entenderlo.
Así es como
sucede.
Siempre me
dirigí a tu falta de entendimiento.
Sin ello, verás,
no hubiera valido la pena.
Pero
repentinamente le tomé
un poco de
cariño a ésa imposibilidad tuya.
La dejaré en
tus manos, no tengo lugar para ella.
Te la voy a
devolver,
mi deseo es que
la lleves con vos,
que la
vuelvas parte de tus sueños,
parte del
sueño en descomposición,
del que te
dijeron que era la felicidad.
Me refiero a
la decadencia de la mutua felicidad de los amantes.
Y del día
que regresó como usualmente,
en lágrimas,
lista para la actuación,
y una vez
más la actuación toma lugar.
Y en lugar
de morir salí a la terraza en el parque
y sin
emoción grité en voz alta la fecha de ése día:
Lunes 15 de
junio, 1981,
el día que
te fuiste con ése terrible calor
ésta vez
creí, que era para siempre.
Creo que no
sufrí tu partida.
Todo fue
usual,
los árboles,
las rosas,
la sombra de
la casa reflejada en el parque, en el mar.
el tiempo y
la fecha,
y aún así
vos, vos estabas ausente.
No creo que
tengas que volver.
Alrededor
del parque, las palomas en los tejados
llamaron a
sus compañeros para que las acompañen.
Después se
hicieron las siete de la tarde.
Me dije a mí
misma que te habría amado.
Creía que
todo lo que me quedó de vos no fue más que
un recuerdo
vacilante,
pero no,
Estaba
equivocada,
mis ojos
recordaron ésas playas,
un lugar al
cual abrazar
con ternura
en la arena tibia,
y esa mirada
tuya tan enfocada en la muerte.
Ahí fue
cuando me dije a mí misma,
¿por qué no
hacer una película?
Porque ahora
escribir sería muy difícil, imposible.
¿Por qué no
una película?
Y entonces
salió el sol.
Un pájaro
cruzó a lo largo del muro de la casa.
De la casa
vacía.
Voló muy
cerca , rozó una de las rosas,
una de las
rosas que llamo "de Versailles".
El
movimiento fue violento, el único movimiento
en ése
parque bajo la luz uniforme del cielo.
Escuché el
crujido de la rosa
hecho por el
pájaro
en su vuelo
de porcelana.
Miré a la rosa y la rosa se agitó como si estuviera imbuida de vida
y después
poco a poco se convirtió de nuevo en una rosa ordinaria.
Te quedaste en
el estado de haberte ido.
Y yo hice
una película por fuera de tu ausencia.
Pasarás una
vez más en frente de la cámara.
Ésta vez la
vas a mirar directamente.
Mirá a la
cámara.
La cámara
capturará ahora tu reaparición
en el espejo
paralelo en el cual se ve a sí misma.
No te
muevas. Esperá.
No te
sorprendas. Te voy a decir lo siguiente:
vas a reaparecer
en la imagen.
No,
no te lo
advertí.
Sí, va a
pasar de nuevo.
Ahora,
vos ya
tenías, atrás tuyo, un pasado,
un plan.
Ahora ya te
hiciste viejo.
Ahora estás
en peligro.
El más grande
de los peligros que encontras
es parecerte
a vos mismo,
parecerte al
hombre de la primer escena
tomada hace
una hora.
Olvidá más.
Olvidá aún
más.
Mirarás a
toda la gente en la audiencia,
a uno por
uno a todos, a todos.
Acordate
ésto, muy claramente:
el cine es
en sí mismo como vos, el mundo entero,
vos sos el
mundo entero, vos, sólo vos.
Nunca te
olvides eso. No tengas miedo.
Nadie, ninguna
otra persona en el mundo
puede hacer
eso y ahora vas a hacer ésto:
pasar por
segunda vez por ése lugar hoy,
exclusivamente
bajo mis órdenes, ante Dios.
No trates de
entender el fenómeno fotográfico.
Vida.
Ésta vez, vas
a morir mientras mirás.
Vas a mirar
a la cámara como miraste al mar,
como miraste
al mar
y los
cristales de las ventanas y el perro
y el trágico
pájaro en el viento
y las arenas
inmóviles desafiando a las olas.
Al final de
la jornada,
la cámara va
a haber decidido lo que habrás mirado.
Mirá.
La cámara no
miente.
Pero miralo
como si fuera un objeto de elección
determinado
por vos mismo, algo por lo que siempre esperaste,
como si
hubieras decidido enfrentarlo por fin,
comprometiéndote
con eso en una lucha de vida o muerte.
Actuá como
si hubieras entendido,
ahora mismo,
como lo
sostuviste en tus ojos,
que era
ella, la cámara,
que al
principio quiso asesinarte.
Mirá a tu
alrededor.
Tan lejos
como tus ojos puedan ver
reconocerás esos
estériles tramos de arena,
esos valles
destruidos por la guerra, humillados por la guerra,
esos valles,
a pesar de todo, ungidos para la felicidad,
esos valles
de película, de película,
que se miran el uno al otro, se enfrentan el uno
al otro.
Date la
vuelta. Caminá.
Olvidá.
Alejate de
ése detalle, el cine.
La película
permanecerá así.
Terminada.
Estás al mismo
tiempo presente y oculto, escondido.
Presente
sólo a través de la película,
más allá de
la película,
escondido de
vos mismo,
y de todo el
conocimiento que alguien
pueda haber
tenido de vos.
Mientras, ya
no te amo.
Ya no amo
nada,
nada,
excepto a vos, aún.
Ésta noche
está lloviendo.
Está
lloviendo alrededor de la casa y en el mar.
La película
permanecerá así, como es.
No tengo más
imágenes para ella.
Ya no sé dónde
estamos,
en qué meses
estamos,
y el fin de
qué amor,
en el comienzo
de cuál otro amor,
en cuál
historia nos hemos perdido a
nosotros mismos.
Es sólo para
ésta película lo que sé.
Sólo para
ésta película.
Sé que
ninguna imagen, ninguna
pero ninguna
imagen, podrá perdurar.
La luz no se
ha quebrado en todo el día
y no hay la
menor brisa en las copas de los bosques o en los campos o en los valles.
Nadie sabe
si aún es verano o si es el fin del verano
o alguna
otra engañosa, indecisa estación,
horrenda,
sin nombre.
Ya no te amo
Como lo hice
el primer día. Ya no te amo.
Sin embargo alrededor
de tus ojos,
siempre ahí,
esas
extensiones rodeando la mirada,
y la vida
que te conmueve en sueños.
Siempre
queda esa exaltación que viene
sobre mí por
no saber qué hacer con todo esto,
con el
conocimiento que tengo de tus ojos,
de las
inmensidades que tus ojos exploran,
al punto tal
de no saber qué escribir, qué decir,
y qué
mostrar de tu noble insignificancia.
De esas
cosas, solamente sé esto:
que no tengo
nada que hacer ahora
excepto
sufrir la exaltación
sobre
alguien que alguna vez estuvo acá,
alguien que
no estaba al tanto de estar vivo
de alguien
que yo sabía que estaba vivo,
de alguien
que no sabía cómo vivir, como estaba diciendo,
y de mí
misma quien lo supo
y de quien
no supo qué hacer con ello,
con ése
conocimiento de la vida que él vivió,
quien no
sabía qué escribir, qué mostrar;
quien no
sabía qué hacer conmigo tampoco.
Dicen que el
pleno verano está en camino, es posible. No lo sé.
Las rosas ya
no están, en el fondo del parque.
Las que a
veces no son vistas por nadie durante toda su vida
y que se
mantienen así, en su perfume abiertas
por varios
días para luego caer en pedazos.
Nunca vistas
por ésta mujer solitaria, quien olvida.
Nunca vistas
por mí, ellas mueren.
Estoy en un
estado de enamoramiento entre vivir y morir.
Es por tu
falta de sentimiento
que
redescubro tu cualidad,
la de
complacerme.
Solamente deseo
que la vida no te abandone.
De todos
modos, no me preocupo por su progreso,
porque no
puede enseñarme nada acerca de vos,
solo puede
dibujar la muerte más cerca de mí, lo hace
más
tolerable, sí, deseable.
Así es como
vos estás: enfrentándome, suavemente,
en constante
provocación,
inocente,
impenetrable.
Vos sos el
Hombre Atlántico:
Vos no
conocés ésto.
Nunca
supiste nada de todo esto.
Nunca sabrás
nada de todo esto.
Nunca. Nada. Nada. Nada. Nuca.