Desventurado,
ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido
de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni la
tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz de mujer muerta te escarbe la barriga
buscando una
sortija nupcial
y un juguete
de niño abandonado,
serán para
vos nada sino una puerta oscura, arrasada.
En efecto.
De infierno a infierno ¿qué hay?
Aquí estás: triste párpado, estiércol
de
siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo,
cifra de humillación
que la sangre no borra.
Quién, quién sos…
oh miserable
hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal
nacida palidez de sombra.
Retrocede la llama sin ceniza,
la sed
salina del infierno y los círculos del dolor palidecen.
Maldito, que
sólo lo humano te persiga,
que dentro
del absoluto fuego de las cosas, no te consumas,
que no te
pierdas en la escala del tiempo
y que no te
taladre el vidrio ardiendo ni la feroz espuma.
Solo, solo para las lágrimas todas
reunidas,
solo en una
cueva de tu infierno,
comiendo
silenciosa pus y sangre
por una
eternidad maldita y sola.
No merecés
dormir aunque sean clavados de alfileres tus ojos:
debés estar despierto
despierto eternamente entre la podredumbre de tus
negocios
y los miles
de obreros dejados sin trabajo
y las miles
de niñas y de niños abandonados
simplemente
como miles de niñas y de niños abandonados.
Como el
agudo espanto y el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan.
Solo y maldito seas y que un río de ojos
cortados te recorra mirándote sin termino.
(Pablo Neruda: El General Franco en los Infiernos).
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