lunes, 7 de agosto de 2017
RECOMENDADO
RECOMENDADO
a la memoria de Arnoldo Ellerman
Me
llamo Henoch y mi hermano Abel. No tengo buena salud, a ello se debe que
permanezca casi enclaustrado en esta vieja casona de Morón o de Haedo, en mi
familia nunca se ponen de acuerdo, aunque para el municipio no hay dudas,
pertenecemos a Morón, lo cual no impide que el tema se debata largamente en los
cumpleaños o en cualquier ocasión que nos convoque a reunirnos.
Nací
un veinticinco de agosto, aquí, en la casona. Mi abuela materna quería que
todos naciéramos en la misma habitación que nació mi madre, y aquí nacieron el
tío Arnoldo, mis hermanas, Aclima y Lebuda, y por supuesto Abel. Yo soy el
mayor, tengo mala salud, perdón esto ya lo dije.
Fui
descubriendo el mundo dentro de los salones de la casona, algunos con enormes
frescos que me impresionaban y aún me impresionan, como esa copia “Il vecchio e
la giovene”, del Veronese. ¿Serán David y Abisag? Posiblemente. Sobre la pared
que da a las vías del ferrocarril Sarmiento, cuelgan extraños tapices donde
conviven imágenes sagradas con otras paganas, a veces me agradan, generalmente
les temo, como a los bajorrelieves del frente de la casona, como a los leones
de mármol cipolino del jardín, jamás me acostumbraré a ellos, a nada de lo que
hay en la casona, ni a la vitrina con los trofeos ganados por papá y Abel, ni a
la estatuilla de Moreau que tanto le agrada a mi hermano, a él le gusta toda la
casona, y lo que hay en ella.
Abel
tiene buena salud. Crecimos juntos y somos tan distintos. Él es alegre,
inteligente, humilde, y tiene los ojos claros como tío Arnoldo.
Acostumbro a pasar las tardes, qué
digo, las mañanas y las noches también -las noches sobre todo, las largas
noches de insomnio-, en la biblioteca, como ahora, que estoy refugiado ante mi
Staunton, o leyendo algunos textos que me apasionan, como la Biblia, por
ejemplo. Hace horas que estoy sentado frente al tablero:
Es un problema de Ellerman, un mate
en dos. Seguramente el maestro lo habrá compuesto durante algunas de sus
estadías en su isla del Tigre o allí le dio forma definitiva o no, tal vez en
el Tigre, comenzó a componer esta sinfonía donde alfiles y peones acuerdan con
torres y demás figuras, para sorprender al monarca negro.
Siempre
me atrajo el arte de componer problemas de ajedrez (como al autor de Lolita),
pero apenas si alcance a dominar algunos elementos de la técnica para
resolverlos, no tengo capacidad para crearlos, a pesar de haber leído mucho
sobre ello: line opening, cross-check, half-pin y tantos otros temas. Abel no
sólo domina la técnica para resolverlos, también el arte de la composición. Una vez tío Arnoldo
vino con un viejo problemista yugoeslavo… No recuerdo el nombre. Decía que en
su juventud había sido amigo de Reti. Le pregunté cuál era el secreto para
componer problemas, me dijo que no había ninguno, que la clave residía en que
apenas se me ocurriese una idea, debía trabajar sobre ella, a mí jamás se me
ocurrió una idea, a Abel sí, muchas.
Aunque
me pase el resto de mi vida sentado ante
esta posición no voy a pedirle al tío Arnoldo que me lo resuelva, y menos a
Abel, antes prefiero morirme sin encontrar la solución. Aunque el tío Arnoldo
no nos visita más desde aquel día en que me regaló… No. No diré nada. Juré no
decir nada. Nunca. Jamás.
Fue
hace años, un veinticinco de agosto. Estaban todos reunidos en la sala de los
trofeos, donde Abel los fascinaba, como siempre, con su conversación, yo estaba
aquí, solo, como ahora, pero en vez de tener ante mí estas figuras de ébano y
boj, armoniosamente dispuestas por el talento del maestro Ellerman, tenía entre
mis manos, ante mis ojos (que son castaños, no claros como los de Abel), el
regalo de tío Arnoldo. Grite. Grite. Vinieron todos, hasta la abuela. Todos
preguntaban, querían saber: mamá quería saber, papá, mis hermanas, y por
supuesto, Abel, pero no dije nada, y no diré nada. Mamá me llevó a mi cuarto,
allí se le llenaron los ojos de lágrimas como a mí. Papá nunca más preguntó.
Abel tampoco. Desde ese día tío Arnoldo no volvió más, hace años ya, pero yo sé
y mamá también, que todos visitan a tío Arnoldo en su isla del Tigre.
-¿Qué
estás haciendo?-
Abel
entró de repente y me sorprendió en mis pensamientos. Hice un movimiento brusco
en el sillón.
-Qué,
¿te asusté?-
-Sí,
estaba… Estoy con esto…-le dije señalando el tablero.
-¿Y?-
-Y
nada.-
-¿No
lo podes resolver?-
-No.
No puedo.-
-Dejame
ver.-
Acercó
una silla y se sentó ante mí frente al tablero, apoyó los codos en la mesa y
con las manos se tomó la cara, y en silencio se puso analizar la posición. Yo
también, en silencio, me recosté en el sillón y me puse a estudiar a Abel, que
en ese preciso instante pensaba cómo dar caza al rey negro. Pero no de
cualquier manera. No buscaba un mate grosero. Abel, en este preciso instante,
busca dar jaque mate de la manera más bella, conjugando cada una de las piezas
que tiene sobre esa escaquera de sesenta y cuatro casillas (treinta y dos
blancas, y treinta y dos negras), donde cada una de las figuras: alfiles,
caballos, torres, damas, reyes y peones, cumplen, por lo menos, una función
clara, precisa, y Abel lo sabe, Abel sabe todo, por eso busca armonizarlas, para que la solución estalle como un
resplandor en el bosque, en la oscuridad del bosque, y deje ver toda la belleza
restallante, desnuda.
-Me
parece que ya está.-me lo dijo con alegría, pero con humildad.
Sentí
como mi corazón latía más aceleradamente. Levantó la vista del tablero y
mirándome con sus ojos claros me dijo:
-Caballo
e2.-
De golpe las orejas se me
pusieron calientes y las manos frías, traspiradas. Baje la vista hacia el
tablero, mientras él, con su mano derecha (también tiene bellas manos), tomó el
caballo de la casilla d4 y lo traslado a la casilla e2.
-Se
amenaza mate con la dama en d4.-me dice.
En
este momento, en este preciso instante, hay sentimientos encontrados que nacen
en mi corazón y en mi mente y en mi sangre, lastima, pena, desprecio, y también, por qué no decirlo,
admiración, respeto, y también, por qué no confesarlo, odio.
Tomo
la torre de c5 y la llevo a d5.
Abel
piensa, qué digo, no piensa, con una rapidez sorprendente, juega el caballo a
la casilla c3, dándome jaque mate. Y así con esa rapidez, con su brillante inteligencia va refutando cada una
de mis jugadas.
En
este vertiginoso instante, en esta secuencia de vertiginosos instantes,
mientras Abel refuta uno a uno todos mis movimientos, pienso en el regalo de
tío Arnoldo, y me juro matarlo.
Mi
corazón se desacelera, pero mis manos siguen traspiradas.
Tal
vez el Demonio acuda en mi auxilio, en forma de hombre, con un cuervo en la
mano.
LAS PIEDRAS
LAS PIEDRAS
a Roger
Caillois-Homenaje a un enemigo
No es cierto que una piedra que se
asemeja a un haba impida a los perros ladrar y que las piedras del Monte
Micenas nos protegen de toda visión monstruosa.
Tampoco es verdad que hay piedras
cuyo nombre ignoro que protegen a las vírgenes de toda violación.
No creo en nada de lo que cuentan
Tesifón y Aristóbulo.
No creo a Heráclides cuando sostiene
que en el Monte Ida, donde aqueos y troyanos practicaban dantescas carnicerías,
hubiera piedras que se hacen visibles mientras se celebran los conclaves de
césares y de dioses.
Afirmar que los betilos son piedras
arrojadas desde el cielo envueltas en un círculo de fuego y que en Ahaia (¿está
próxima a Thesalia, donde Apolo mató a la Pitón?), en Arcadia, en Beocia (¡oh
Píndaro!) y en Siria se les rinde culto, es como afirmar: todo eso tiene que
ver con Roger Caillois porque fue
invitado por Victoria Ocampo a conocer nuestras pampas y que todo lo que acontece
tiene relaciones quién sabe con qué
arcanos, venidos de otras galaxias.
Si el Infinito no tiene ni principio
ni fin, ¿cómo se puede hablar del principio del caos?
Hablar de las mallas quebradizas del
cobre extraído del lago de Michigan y encabalgarlo a algo que jamás estuvo vivo
y vestirlo, pretenciosamente, con un sudario ligero y a la vez suntuoso es una
pretensión estéril.
¿Si no es de las entrañas del
surrealismo, cómo alguien puede referirse a los jaspes como objetos de demencia
y esquizofrenia?
Si no es desde las entrañas de la
poesía, cómo se puede escribir:
“Un universo de volutas, de ramajes, de majares, de pleuras, donde emergen rostros despellejados, junto con
un abanico de músculos en carne viva en la cavidades de los huesos”
Senos cortados al ras, pezones
inflados, cuerpos crucificados por corrientes que los paraliza o no, mientras
se enumeran utensilios como:
husos, bobinas, lanzaderas, agujas,
hilos de coser, trompos, muñecas talladas en ébano, en boj, muñecas rubias,
muñecas negras, escaques donde los alfiles se deslizan por las diagonales sin
desprenderse de sus bonetes de tres pompones o sus mitras de obispos, todo
reducido a una tela pintada dentro de una jaula colmada de suspiros traídos
desde otro universo donde Caissa decide sobre una sábana mojada que luce una
órbita de pestañas azules tatuadas en los hombros de vírgenes enamoradas de
Safo, a la que le envían epístolas de amor robadas de un banquete celebrado en
un crucero que navega entre las islas
del Egeo.
La septaria nada tiene que ver con
una estalactita, pero sí con un blíster del tamaño de los de cafiaspirina y nos
recuerdan corolas donde la nostalgia se empapa de migrañas que se convierten en
tabiques que inundan nuestras fosas nasales donde los obenques se transforman
en imprescindibles diagramas voluptuosos e inquietos, pero carecen de
entusiasmos igual que un espiral en una celda vacía.
Claro que se puede decir en una
página impar que la imagen de un ágata es abstracta y en una par que es un dibujo
de una perfecta sencillez y compararlas con pájaros que vuelan en círculos adheridos
a los vientos alisios, vientos que ofrecen sus nervaduras a los rayos del sol,
como una vana historia de ágatas en pena.
Me olvidé de comentar que una piedra
septaria pude ser de color beige, marrón o amarillo.
Las ágatas están vinculadas a los
látigos de los torturadores. También a las tejas verdes y a la piel de las
serpientes. Dicen que los Borgias eran afectos a las ágatas. A veces ondas
azuladas las atraviesan como sismógrafos
enloquecidos.
Los minerales como los peces y las
flores primero pierden el color, después las formas, entonces nos quitamos los
guantes y los zapatos y los arrojamos
lejos, junto a hojas de papel de arroz heredadas de la dinastía Ming.
Qué pensaría Victoria de todo esto al
ver reflejado su bello cuerpo desnudo en
los espejos de las habitaciones donde celebraba las ceremonias más íntimas con
Roger.
¿Qué es eso de desviar la mirada cuando
estamos frente a una piedra de silicato de magnesio y el azar decidió que esa
piedra se convierta en una pipa de espuma de mar para ser llevada al lienzo por
Magritte?
¿Cómo puede ser que haya columnas y
agujas imaginarias, si estamos en territorio ferozmente poético? En el
continente poético nada es imaginario, nada es virtual.
Afirmar que las piedras no tienen
independencia ni sensibilidad ofende a Erato y a Euterpe. Querido Roger estos
tratamientos tan bellamente sutiles fueron los que te enfrentaron con Bretón y
Eluard hasta extenuar la vida de partículas rebeldes manipuladas por ávidos industriales y financistas condenados a la
usura y a la avaricia.
El esplendor del ágata visita los
círculos consumidos por los marsupiales que descienden de los cobres cuando se
confunden con los vicios amarillos igual a mínimos cristales cómplices de las
aguamarinas que se suceden sin abrazarse al coleóptero que sigue su derrotero
gris sin volver la mirada atrás.
La che-tche es carnosa, es coral, es
blanca, es negra al barniz, es
transparente y brillante. Tiene forma de hongo. Está adosada a piedras más
grandes o a rocas más pequeñas. Aparenta a algo vivo, tiene cabeza, cola y
cuatro o más extremidades y vive alejada de viandas de tres o cuatro pulgadas.
Decís que en las tiendas de Pekín y las grandes ciudades
de China y de Japón pueden comprarse piedras con diseños elegantes, colocadas en nichos fabricados a medida. Roger:
¡cuánto fraude traducidos en vituallas!
Roger, hoy, en las tiendas de quincallería de San
Telmo hay piedras que ocultan su verdadero nombre detrás de mascaras que laten
en el trajinar de los transeúntes: mujeres y hombres que desfilan luciendo sus
tatuajes a paso de tango por los adoquines o sentados en las terrazas de los
bares, ayer eran pulperías, por donde anduvo Gabino Ezeiza con su guitarra, sus
versos y sin tatuajes, a no ser, un navajazo cruzándole la mejilla.
Tou Wan descendiente del poeta Tu Fu,
en su Catálogo, describe los minerales más buscados y sus lugares de origen.
Si el ágata mexicana después de ser
pulida por el tiempo adopta la forma de un hacha que se alarga bruscamente como
un falo y asume una terca voluntad de vivir y si la nada del cielo se llama vacío y la de
las montañas caverna y la del hombre retirada, entonces, Roger, ¿de qué lado de
la vida está nuestro canto?
VICTORIO VERONESE
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