martes, 19 de noviembre de 2013

EL MILAGRO DE LA ROSA

EL MILAGRO DE LA ROSA
(a Carmen)

Señora, a mí tampoco nada ni nadie me impediran escribir palabras que le canten.

A mí también el corazón me ordena ir hacia usted y yo no tengo cadenas en las muñecas ni en la cintura ni en los tobillos que me anclen a un crucero en una noche de tempestad.

No tengo razones para decirle no a mi corazón.

Por lo tanto yo también puedo hablar de su mirada y de su boca y de su risa y cantar que todo eso es un rayo de luna estremecido de follaje, pero jamás podré decir que su belleza es provocada por el desorden de su rostro,
en su rostro hay luz, luminosidad, cielo.

No puedo hablar de la crueldad de su pelo, pero sí decir que cuando entró en el salón giré como un girasol hacia el sol para verla y no tuve la intención de arrodillarme a su paso ni de cubrirme los ojos por pudor, pero sí supe que el milagro había comenzado.



Victorio Veronese

martes, 5 de noviembre de 2013

EL VATE



EL  VATE

Queridísimo Vate, en realidad tendría que empezar esto que estoy escribiendo, que seguramente será un capítulo de la continuación de El profesor de ajedrez, como empiezo la epístola a Allen Ginsberg, eliminando lo de ex comunista, porque vos nunca fuiste comunista. Lo que  motivó  que esté sentado ante la pantalla de mi compu, es que anduve metiendo mano en los estantes de mi biblioteca y aparecieron varios libros escritos por usted. Además tengo en uno de los placares una bolsa de plástico con material suyo, no sé si en algún momento iré en busca de ellos para utilizarlos en este relato. Usted sabe que también tengo en mi poder una orden judicial donde dice que andan detrás de su paradero, nunca supimos cómo ese papel está en mis manos, pero cuando llegó a mí usted estaba en la provincia de Córdoba. Su madre me llamó y me preguntó si sabía de su persona, estaba preocupada, la justicia, la justicia no, la policía, siempre la policía, iba en su busca.
Vate, ¿Por qué no me dejó robarle el poncho que usó Saint-John Perse a don Alva Negri?
En Canción para una Fotografía de Ausencia, en su dedicatoria me habla de los hilos celestes de los ángeles, que nos anudaron en lo invisible, para la radiación más fuerte del poema. Ya sé, me va a decir que no es exactamente lo que escribió, pero qué importancia tiene si traiciono sus palabras para acercarnos más a la poesía, en este caso a la prosa.
Miento cuando le digo a alguien que me pregunta por usted, y estamos peleados, sin hablarnos, que cuando nos hablamos vivimos punteándonos, porque no es cierto, el que lo putea soy yo, usted se enoja pero no me putea. Pero también es verdad que mis puteadas no sirven para nada, sigue creyéndole a Clarín, a Lanata, votando a los radicales, o hablándome  de las virtudes de Binner, cómo un poeta de raza como usted puede comulgar con esa gente. Está claro porque lo puteo. Usted me saca del tablero, se niega a reconocer que la escaquera de la diosa Caissa tiene sesenta y cuatro escaques.  Yo no me enojo con usted y con los que están parados en su misma vereda, porque piensan distinto, no, tienen todo el derecho a pensar distinto, lo que no pueden afirmar desde ese podio que construyeron en su imaginario, que San Lorenzo, River e Independiente nunca se fueron al descenso, ese es el tema. San Martín cruzó los Andes, no Belgrano. Pretender  que Belgrano cruzó lo Andes en lugar de San Martín no es pensar distinto, es falsear la historia. Claro que  me enojo y lo puteo, pero usted tiene que reconocer que es agotador todo el tiempo andar explicando lo obvio, lo evidente, y ya soy grande. Sé que lo pone mal a uno no tener la razón de su lado, y es que es más difícil saber perder que saber ganar, pero la razón no se impone tirando las piezas del tablero cuando se pierde, y menos, muchos menos, bombardeando Plaza de Mayo.
En El Circo Natural acontece que hay dos dedicatorias, la primera a Osvaldo Moro, además está su dirección de la calle Campana, su teléfono particular, y lo significativo: hay dos números telefónicos de su oficina. ¿Se da cuenta? Le digo oficina, porque usted puso oficina, ¡qué escándalo! Usted en una oficina. A usted le creen que trabajó en una oficina, a Blumberg le creyeron que era ingeniero, a  mí no me creen que soy Experto en motores a explosión, se da cuenta cómo está diseñada la inteligencia del proparty porteño,  usted mismo, más de una vez, cuando ve el diploma que cuelga en una de las paredes de mi bunker, se ríe. ¿De qué se ríe de mí o del absurdo que se me pueda considerar legamente a mí, precisamente a mí, experto en motores a explosión? Se da cuenta en qué mundo vivimos. Yo sé lo que usted hacia en esa oficina, pero no voy a decir nada, que no diga nada, tal vez en algún momento lo lamentemos, como hoy nos lamentamos no haberle robado a don Tomás Alva Negri el poncho que usó Saint-John Perse en su viaje a Tierra del Fuego. Le recuerdo: tuvimos en nuestras manos las fotos donde se veía a Perse con el poncho en Tierra del Fuego y en ese mismo momento junto con las fotos teníamos en nuestras manos ese poncho, yo le propuse que lo robáramos, y usted en un ataque feroz de aseo, de decencia, de honestidad, se negó. Lo debo querer más de lo que yo creo que lo quiero Vate, porque su actitud fue la negación de un acto poético que de haberlo consumado nos hubiese  embellecido a los dos.
Le decía que El Circo Natural tiene dos dedicatorias, la primera a Moro, y la segunda  reza así:
Certificado de pertenencia: Por intermedio de estas líneas, yo, Jorge Ricardo Smerling, de puño y letra y bajo un cielo que atrae con el movimiento de los astros, la serena e inquieta noche de los amantes de los cuerpos y las palabras, digo que este libro pertenece desde este instante, al poeta V. V., y para que no hayan confusiones, también experto en motores a explosión , similares a las secretas maquinarias del poema que estalla en cualquier momento del día, como cada perversa y extraña metáfora en Poesía, entre sus manos, sin más, éste: El Circo Natural, libro que sirve de plataforma de lo que vino después, con todo corazón a mi gran amigo V.V.  Jorge Smerling.
Después de esto, pretende que lo inviten a lecturas de poemas y a festivales de poesía, se da cuenta que usted vive en la rareza.
Ya que hablé de vivir en la rareza, para alegría del  joven rokero Renzo Sinisi, voy a transcribir tu poema, Vivo en la rareza:
me pregunto
¿por qué todo es tan raro ahora?
siento que el universo duerme en la rareza
y el mundo cae al mundo como una piedra al cielo
¡ay Señor!
yo también caigo en ese vago sueño
donde tientan los espejismos y las mutaciones
y de pronto
me aturden las alarmas de otra rara luz
que me incorpora
y recuesta sobre las voces y las músicas
y el milagroso dormirme
                            cuando llega otra vez
                                               sin redes
                                               la mañana
y nada despierta para avisarme
que se han movido las cosas
                                               del sin lugar
y apenas es un apenas:
el corazón            la taquicardia
ver los telares de la muerte sonando y sonando
en sus escasos movimientos
y es tan raro                  Señor
                                               todavía
                            aún y todavía
y cuando solamente el mundo sobre mis ojos
azules pasando
                            como el libre cometa desterrado hacia el peligro
                   ¡y es tan raro
                                      Señor
                   seguir vivo de este modo!