Revista Shock - Año 1984
martes, 1 de marzo de 2016
A ANTONIN ARTAUD
A ANTONIN A ARTAUD
Antonin:
El único vino virtuoso es el flujo vaginal.
No me interesa oír al cielo murmurar sobre sus cristales, ni poner una sombra ante nadie ni le tengo miedo a ningún saber terrible.
Qué significa eso de los nudos (¿en el alma?) y ¿que alguien esté más cerca de mí que mi madre?
No me desnudo ante nadie, menos de una Vidente y mucho menos si es bella y tiene ojos azules y vive en una habitación pobre ataviada con trapos de infinitos colores, rodeada de amuletos, de huesos de animales y de humanos, que pueden ir de simples falanges a manos y pies con sus cinco dedos, tibias, fémures, perones, calaveras de mujeres huarpes, algún esqueleto de lechuza, muñecas diseñadas por hábiles manos de mujeres nacidas en un continente fabuloso, vos las viste danzar bajo las visiones desordenadas por el elixir de las hojas de peyote en una tierra estupenda, maravillosa, mágica, que no es tu fatigada Europa, no, no me desnudo ante ninguna Vidente, y menos ante la tuya, sólo me desnudo ante mí.
Heliogábalo, ese pornógrafo nacido en Siria, siempre dispuesto en destruir al otro, no era un seguidor de ningún dios solar.
No existe un ojo vertiginoso que me recorra sin término como al Generalísimo entre las llamas de su infierno.
Tú presencia en el Napoleón de Gance, tu rostro en La Pasión de Juana, de Dreyer, no te hacen dueño de ningún oráculo, simplemente porque Dios no existe.
Justamente porque Dios no existe el nazi Latrémoliére se asumió como Dios y te sometió a más de cincuenta electroshocks en el campo de concentración de Rodez.
Racedo dice que la locura es un ángulo partido, un miedo triangular que escapa del último de los sueños cuando amanece, quien te dice Antonin, que no tenga razón, y la locura sea una ventana abierta al vértigo… Ella también conoció y sufrió a un discípulo de Latrémoliére.
Todo porque Él no existe. Por eso aullabas y golpeabas tu rostro y tu cuerpo sobre el escenario.
Smerling también agredió a su cuerpo porque su alma fue abandonada por Dios.
¿De qué felicidad hablas? ¿Cómo te atreves afirmar que hay un juez absolutamente puro?
Lo terrible no está en las espaldas de nadie, nos espera en lo más avanzado del camino.
No hay discordia armoniosa porque nunca hubo armonía. Nadie nos puede anunciar la nivelación de nuestras vidas, porque a nadie le interesa nuestras vidas, eso lo viviste en plenitud en el campo de Rodez.
Querido Antonin, lo única certeza de nuestra carne es la muerte. Nadie entra sin traquetear en ella.
Entre Allen y vos me quedo con Allen. Él se fue con la vecina negra cuando lo fue a buscar para que intercediera ante los hijos de puta de siempre para que no desalojaran a cientos de negras y negros de sus humildes casas, y paralizó la filmación del documental que el puro equipo ario estaba realizando sobre él. No puso ante el drama que vivía la vecina negra, los egoístas fantasmas que habitaban su espíritu. No enarboló su angustia existencial, que seguramente lo atormentaba como a nosotros, no, priorizó la realidad, la angustia de la realidad que padecía la vecina negra sobre su angustia existencial.
Qué es eso que las potencias espirituales son el único caso de exaltación del mundo. ¿Y las potencias de la carne?
Decís que la vida es buena porque una Vidente está ante nosotros, la vida no es buena, la vida es, está, simplemente está.
Ningún opio es bueno.
En la vida nada es puro, aunque reconozco que tu locura fue pura, pero tu locura no fue de este mundo, por eso te amo.
No hay razón que explique nuestro desembarco en la tierra. Ninguna.
Más allá de lo que hiciste real o virtualmente con tu criadita querida, lo que viste en un rincón de tu cuarto no era un inmenso tablero de damas y los reflejos que caían sobre él no eran de una multitud de lámparas invisibles. Los cuerpos no tropezaban porque no tenían cabezas, hay cuerpos con cabezas que viven tropezando.
Puede ser que el caballo fuese de madera y la reina de morfina y que el amor pertenezca a un siglo venidero, pero no eran las manos de Hoffman que empujaban los trebejos, tampoco eran trebejos, era una manada de bisontes empujados por el viento, eran los toros de Guisando que llenaban las plazas echando humo por sus fauces. Los bisontes y los toros jamás te dijeron: No la busques por ahí. En el cielo nadie ve ángeles alados ni flechas azules devorando esqueletos de pescados.
Como todo poeta Gérard de Nerval te mentía: Tenga en cuenta que no está soñando. Tampoco era cierto que la criadita fuese su mujer, la criadita no era mujer de nadie.
¿Por qué le dedicaste CARTA A LA VIDENTE a Bretón? ¿Nada te anticipó tu bella Vidente de ojos azules? ¿Y sus poderes de adivinación? A vos también te digo: “¡Cuánto fraude traducidos en vituallas!”
Nadie conoce de antemano su muerte y si la conociéramos de nada nos serviría.
Tus ojos deseaban explorar las corrientes que gimen dentro de las piedras, era por la ausencia del buen Dios.
No te creo cuando decís que entraste en la Casa de la Vidente sin miedo, sin terror, sin curiosidad. Tampoco es verdad que un alma infectada de dolor, no haga sufrir. Mentís cuando declamas que estás liberado de toda miseria y que poco te importan que se abran ante vos las puertas y ventanas más terribles.
Si es cierto que había otra cosa, esa cosa no era un equilibrio venidero, vos lo sabías bien, tu suerte como la mía, ya estaba echada. Como la de todos. Hasta la de aquellos que aún no desembarcaron.
Ninguna posible eternidad nos redimirá por haber traicionado y por haber sido traicionado. Como todos fuiste engañado por esos ojos azules, que decía conocer tu pasado y te anunciaba el porvenir. Nada te resultaba dudoso en esa videncia anormal, porque en definitiva lo que buscabas era ser engañado, para tranquilizar tu espíritu, y por qué no, tu cuerpo, tu carne.
Es verdad, esa Señora participaba en la vida igual que nosotros, rodeada por sus muebles como nosotros lo estamos por los nuestros, ella estaba hecha de las necesidades corporales que la ubicaban en el Espacio y en el Tiempo. Nadie está fuera del Espacio y del Tiempo. Te recuerdo que Espacio y Tiempo son hijos de un mismo parto. Son gemelos. Nacieron de una misma placenta.
A vos te parecía que la Señora era demasiado bella, demasiado ligera, demasiad o leve, que podía flotar en el Espacio, pero no era así, más adelante reconoces que era bella como cualquiera de esas mujeres cuyos espasmos, nos elevan hacia un umbral corporal.
Querido Antonin, ni en unos ojos azules, ni en un alma, ni en el rostro visible de la luna, ni sobre una escaquera de damas, podemos leer el porvenir, saber en qué escalinatas nos asesinaran como a César.
Sí Antonin, vivimos en la rareza.
En fin… Escuchemos a Smerling cantar:
VIVO EN LA RAREZA
me pregunto
¿por qué todo es tan raro ahora?
siento que el universo duerme en la rareza
y el mundo cae al mundo como una piedra al cielo
¡ay Señor!
yo también caigo en ese vago sueño
donde tientan los espejismos y las mutaciones
y de pronto
me aturden las alarmas de otra luz
que me incorpora
y recuesta sobre las voces y las músicas
y el milagroso dormirme
cuando llega otra vez
sin redes
la mañana
y nada despierta para avisarme
que sean movido las cosas
del sin lugar
y apenas es un apenas:
el corazón la taquicardia
ver los telares de la muerte sonando y sonando
en sus escasos movimientos
y es tan raro Señor
todavía
aún y todavía
y cuando solamente el mundo sobre mis ojos azules pasando
como un libre cometa desterrado hacia el peligro
¡y es tan raro
Señor
seguir vivo de este modo!
a Josefina
sábado, 16 de enero de 2016
TRAKL
TRAKL
a la memoria de Jorge Smerling
a la memoria de Jorge Smerling
Esta noche
ningún color me conmueve y menos me emociona un mueble oculto en una habitación
de un bosque donde el sol brilló durante la mañana.
¿Quién te
dijo que la podredumbre relumbra en la verde charca y que cierta marea permite
la curación de leprosos?
No escucho música de violín que surja de las baldosas de mi patio ni de
ningún otro patio.
No hay
presencia de ratas.
La luz de la luna no torna gris el rostro
horrorizado en la pantalla del viejo televisor donde un tal Orson Welles
interpreta a un tal Otelo de un tal Shakespeare.
Nadie que despierte después de
violentas pesadillas, se inca y reza un Padre Nuestro, menos un Ave María, como
pretende un tal Marcos Aguínis.
Hoy no registré a ninguna loca de suelta
cabellera de pie junto a mi lecho y
tampoco vislumbré a una monja desnuda y flagelada rezando ante un Cristo
martirizado.
Sos vos Georg que escribís estas historias de
aparecidos, donde en el sótano de alguna casa deshabitada un muerto pinta con su blanca mano de cera un
silencio sarcástico sobre un muro.
No sé qué hace un ateo como yo
siguiéndote entre tantos muertos-vivos, entre tantos sollozos sin lágrimas,
donde un mirlo se divierte junto a su primo en un cementerio abandonado.
Sos vos quien me habla de imágenes
puras de la muerte y de vitrales con efectos luctuosos y sombríos.
Los amantes de Caissa no dialogan con
espectros y yo soy un amante de Caissa.
Acostumbro a dialogar sobre el tablero
bicolor de sesenta y cuatro escaques donde conduzco mi ejercito de dieciséis
trebejos sin pensar en arrodillarme ante nadie y menos ante un espectro que
surge de una tumba o de un altar donde se celebran rituales cuyo objetivo es
meternos miedo hasta del plato de sopa
servido por nuestra propia madre.
Decís que agonizar se convierte en un
goce, decís que a lo lejos, pequeñas luces surgen de viejas chozas, Maldoror
podría afirmar que de pequeñas chozas surgen viejas luces, es como decir: El látigo mueve el brazo del cochero y no el
brazo del cochero al látigo.
¿Quién ejecuta al toro, quién lo
desangra allí en esa frontera donde los cuervos chapotean en la sangre? ¿Serán cuervos o apenas visiones de cuervos?
¿Y la sangre será sangre?-
También me decís que a ratos cae una palabra simple en el absoluto
silencio del mediodía y que las llamas del fogón son sombras de grotescas sotanas
y que bellas mujeres escuchan ese silencio mientras la sangre late en sus
sienes. En tanto el vaho animal circula por las alcobas y sus codiciosas
miradas se cruzan con las codiciosas miradas de sus hombres.
Afuera, más allá del vano de la puerta, canta
un gallo.
Cuando las mujeres están en el campo
sembrando, mientras tañen las campanas, también cantan.
Decís que los hombres se vuelven
alegres en las jornadas en que hay que pisar uvas pardas y también decís que se
abren de par en par las cámaras mortuorias espléndidamente tapizadas por la luz
del sol.
Hacer descender y ascender los cubos
de agua hasta convertirse en un hechizo y ver como el hechizo se convierte en
decadencia y la decadencia en parpados inflamados, mientras la hierba reseca se
entrega al volumen de ásperos pies de
una joven hermana, tal vez una niña, sin protestar.
Cuando la niña se detiene ante su
imagen en el espejo, siente horror por su
supuesta pureza.
Georg, ¿qué niña o niño no siente
horror de su propia virginidad? ¿Qué niña o niño no siente temor por la
virginidad ajena?
¿Qué hacia la niña tendida,
lánguidamente despierta, deliciosa, sobre esos edredones de arpillera
totalmente mugrientos?
No respiraba fatigosamente, jadeaba,
y sobre la almohada su boca, más precisamente su risa, era igual a una herida
abierta.
En ese anochecer aparecían y flotaban sangrientos lienzos en busca
de mínimas, pequeñas, brevísimas treguas, donde el amor se desliza hasta lograr
restaurar el oro azul, sus tonos pardos, las luces extraviadas que caen
fugitivas en los aposentos del mar, en el instante en que enloquecidas cornejas
hartas de sed y hambre vuelan sobre desolados y tristes
paisajes.
Tiempo aquel donde un hospital, una
iglesia y un puente se alzaban fantasmales en el amenazador crepúsculo. Todo
asumía su rol al escuchar ese gong perdido entre las futuras estrellas que más
tarde o más temprano ornarían el cielo. Justamente te diría que no es en el
parque donde los hermanos temblorosos se contemplan, es en el cielo. En el
cielo.
Claro que en las alas de la locura
siempre está tu Dios, que esconde en
siniestras buhardillas las guitarras que se inclinan sobre los acordes de algún
reloj de pared empotrado en la pared.
Por qué decís que ojos turbios juegan
su penúltima carta al ritmo de los
barcos que oscilan en el mar, en el río y sobre el asfalto de tu ciudad, si
todos suponemos que tu ciudad carecía de asfalto.
Cómo puede ser que precisamente allí,
donde tambalea la negra silueta de un loco, se vislumbren osamentas a través de
muros averiados y reparados y vueltos a
averiar.
Fue allí donde decidieron disolver
los impolutos sones de las guitarras que patrullaban los aires corrompidos y
por decisiones de los ejercen los pecados capitales y gracias a las pequeñas ninfas que aspiran a que los impolutos sones de las guitarras fueran
disueltos en hipoclorito de sodio en los alrededores del Jardín de las
Delicias, donde Hieronymus Bosch convocó con sombría seriedad las muertes de ninfas que mamaban rojos pezones con sus labios marchitos, en
tanto lejías alcanforadas resbalaban
sobre los húmedos bucles de una
adolescente solar.
Es cierto que las ratas chillan y
silban, silban y chillan en un basural, pero no es porque están enamoradas, están famélicas.
Si un reloj de sol marca la cinco, si un tenebroso espanto paraliza a
los solitarios y los árboles desnudos zumban en los jardines del anochecer, qué
muerto no se asomará a la ventana, mientras desde ese atalaya fija sus fríos ojos sobre los hombres que están
clavando el féretro en el jardín. Precisamente
en el jardín, que no es el Jardín del Bosco.
Si los murciélagos chillan y los
amantes se abrazan mientras duermen y hay luces que se extinguen en el viento y
algún borracho deserta de una taberna, antes que la noche someta a la poca luz
que le resta a la
muriente tarde.
Decís que el
demente ha muerto.
Decís que a un aposento lo blanquearon con
leche de cabra.
Y que en una
isla del Sur esperan recibir al dios Sol.
Por eso se
suceden grandes preparativos:
Suenan los tambores.
Los hombres practican danzas guerreras
y las mujeres mecen sus caderas entre el
vino, el fuego y las flores.
Y el mar canta. Y las ninfas abandonaron los dorados
bosques.
Mientras
entierran al extranjero, una lluvia fulgurante cae sobre el féretro y los
curiosos.
Un grupo de pequeñas niñas pobremente
vestidas asistían a esa absurda ceremonia, nadie tenía piedad de ellas.
En ciertos aposentos había sombras que
consumían drogas y se abrazan entre todas.
El hijo de Pan estaba presente, pero se
ocultaba detrás de un disfraz como un simple jornalero.
Decís que en las ventanas del hospital los pacientes buscan el sol.
Cuando cae la tarde los
murciélagos danzan próximos al claustro. Será porque en el viejo asilo hay una
barca que actúa de noche entre los despojos humanos.
En los muros del jardín yacen como en el Borda, fémures, costillas flotantes, labios leporinos de
pacientes recién ingresados que Jacobo Fisjman dejo olvidados en la pared del
fondo, tuvo que ir Celia a rescatarlos. Pero no pudo.
Después de todo esto cómo no van a
salir ángeles con sus alas salpicadas de inmundicias.
Después de todo esto cómo pensas que
no va haber una larga hilera de condenados quejándose.
Georg, Georg… ¡No! ¡No! En el
Calvario ningún Dios abre sus ojos para mirarnos y menos Él.
Vos crees que en algún momento los abrió para
verte o para ver a Celia o Fisjman o a Smerling o al mismísimo Allen Ginsberg.
Dios ejecuta la más cruel de las danzas, su estrategia es dejarnos librados a nuestra suerte, más, por donde
andamos nosotros establece zona liberada.
Vos sabes que yo no creo en las
versiones oficiales, que sostienen que el fin de tus días se debió a una sobredosis,
no. Fuiste empujado a esa decisión porque estabas cansado como Smerling de
esperar una señal de Dios.
Todos aquellos que poseen polvo en el
alma decidieron por la sobredosis. Yo, repito, por los no milagros, por la
ausencia de señales, por la indiferencia de Dios.
En algún lugar de tus confesiones, si
es que son confesiones, decís que las sombras de los condenados descienden
hacia las aguas quejumbrosas y que un mago blanco juega con sus serpientes. ¿Quién
no juega con sus serpientes y quién no desciende hacia las aguas sollozantes?
Siempre el dolor desciende o asciende
a la mirada del hombre, y no sólo del hombre también de las bestias y hasta en
la mirada de los animales domésticos.
Los enfermos que se arrastran en
otoño, son patéticos, y lo son también en primavera, en verano y en el crudo
invierno. Porque la universal desdicha atraviesa no sólo la jornada de hoy, la
angustia existencial atraviesa todas las jornadas de nuestras vidas, vos lo
sabes: Dios no existe, si existiese sería el gran culpable, y no creo que vos,
quieras declararlo culpable. Yo tampoco.
Si nuestro destino es mísero, ¿cómo
sería el de Dios si existiera?
Qué diría del cuerpo sin vida de la huérfana
encontrado por los pastores entre las malezas.
¿Por qué la mujer del anciano danza? ¿Por qué
tiene el pelo mugriento? ¿Por qué la frente de los muchachos está excoriada por
la lepra?
Porque Dios está en su ataúd y el
ataúd es dorado.
Los caracoles se arrastran.
Los ciegos derraman incienso.
Las muchachas se arrojan sobre el
cuerpo del Señor.
El pordiosero engulle su sopa.
La embriaguez del vino, el paladar de
las nueces, el vértigo asociado a un posadero obeso que envuelto en nubes de
tabaco posa sus manos sobre su pesado vientre.
Georg todos estamos en estado de
agonía desde nuestro primer berrido. Los paisajes de nuestra infancia son la
prolongación de ese berrido.
Tenés razón: qué pálidas son las
madres.
No recuerdo dónde el caballo te
miraba fijo. Vaya a saber qué pensaba de vos y de todo aquello que lo rodeaba.
¿Y cuando tenía sed también tomaba del estanque de nuestra infancia? Todo esto
sucedió al principio, hace mucho tiempo, cuando gateabas.
Me decís que los frutos pueriles del
saúco se inclinan sorprendidos sobre una tumba vacía, ¿será la nuestra?
Puede que Dios esté allí, donde
gráciles criadas avanzan en la noche por callejuelas en pos de jóvenes pastores,
para reunirse con ellos en sus chozas y elevar su dulce canto al cielo, a modo
de gracias. Pero, ¿dónde está Dios cuando los leprosos se miran en las negras
aguas o cuando arrojan sus sucios ropajes y se exponen con todas sus miserias
ante ellos mismos? No creo que el balsámico viento que les llega de las colinas
les alcance.
Cuando el sueño de la hermana es
grávido, denso, pesado, el viento acaricia sus cabellos con los glaucos rayos
de la Luna y la Luna en su silencio es majestuosa como una piedra majestuosa.
VICTORIO VERONESE
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